Mariana Velasco
El ser humano de este siglo carece de la afición tranquila de tener un talento por el simple hecho de disfrute, más no por rigor o status. Por algo, es un pasatiempo y no un trabajo. A pesar de ello, el valor de la excelencia, corrompe el espacio del ocio.
Tiene sentido el practicar una actividad o pasatiempo a nivel profesional y hay que aplaudir a quien o quienes lo logran. Probablemente somos excelentes en las actividades que comenzamos a practicar – incluidas las físicas – en la niñez o adolescencia. Ejercitar una actividad en la cual se sobresale, es estar atrapado en la jaula de los propios prejuicios.
¿Qué ocurre si a los sesenta y piquito decide aprender a surfear? La expectativa de alcanzar la perfección puede ser abrumadora y demoledora. Pocas veces nos damos cuenta. Los requerimientos de la señora excelencia están en ofensiva con la señorita libertad
Nos inculcaron que la libertad e igualdad son caminos a la felicidad. Depende de cada uno, como seres únicos, si usamos o no la oportunidad para hallar un momento de alegría y gotas de felicidad. En el hogar somos únicos; en el trabajo, uno más.
Pretendemos ser dueños del tiempo sin reconocer que este no vuelve atrás. Familia, trabajo, compromisos sociales, voluntariado, actividades gremialistas y mucho más. No queda tiempo para el entretenimiento y todo dejamos para después.
Después lo hago, después te llamo, la prioridad cambia, el café se enfría, las cosas pasan y el encanto se pierde. El tiempo no vuelve atrás y el después puede ser tarde. En la espera perdemos los mejores momentos, experiencias, alegrías y afectos.
Olvidamos que el ocio es un logro ganado a pulso, porque rebasamos las exigencias elementales de la supervivencia. Es preciso eliminar el después, antes que la vida termine.