Volcán de Fuego

Franklin Barriga López

En Guatemala, varias comunidades han desaparecido cubiertas de lava hirviente, rocas de dos y tres metros de diámetro, troncos, piedras, barro y gases tóxicos. La ceniza ha llegado a más de cinco mil metros de alto, para expandirse según la dirección del viento.

El saldo hasta el momento de escribir este artículo se contabiliza en más de cien muertos, centenares de desaparecidos, numerosos evacuados, casi dos millones de afectados, con las consiguientes pérdidas materiales y el pánico que ocasionan estos desastres naturales, entre el dolor, la impotencia frente a la furia de la naturaleza y la incertidumbre de lo que puede seguir aconteciendo.

Se ha señalado como devastadores los lahares de flujo piroclástico; demuestran la peligrosidad de estos fenómenos que se desplazan velozmente, a muy altas temperaturas, demostrando riesgos arrasadores.

Si dicho volcán se localiza a 3.763 metros de altura sobre el nivel del mar y ocasiona tanta calamidad, es de imaginarse lo que sucedería en caso de producirse una erupción del hermoso pero realmente temible Cotopaxi, ubicado a 5.897 metros, y cuya incidencia, de acuerdo a datos fehacientes, abarcaría zonas densamente pobladas en la actualidad, con resultados catastróficos. Ambos colosos tienen características similares; el pasado del Cotopaxi es más aterrador.

No hay que cansarse de decirlo: ante los fenómenos naturales, que no se pueden evitar pero sí prevenir, lo pertinente es llevar a cabo sostenidas campañas de educación respecto a lo que puede producirse y debe hacerse. Los testimonios históricos constituyen grandes e ineludibles referentes en este tema; a ellos, obligadamente se tiene que acudir, para comenzar a elaborar planes al respecto, con responsabilidad, eficacia, profesionalismo.

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