El valor de la mujer embarazada que trabaja

RICARDO VIERA NAVARRETE

Y te diste cuenta pronto, que el trabajar era una necesidad para sobrevivir y una obligación para con los tuyos y, decidiste hacerlo en una sociedad que obstaculiza expresamente y disuade implícitamente por el hecho de ser mujer. Un día, planificado o no, aparecieron esas dos rayitas en aquella barra plástica, que anunciaban serías madre.

Te alegraste y soñaste con aquel pequeño ser que ya crecía en tu vientre, se lo contaste a tu familia y amigas, pero esperaste un par de semanas para informarlo en tu trabajo, no hubo sonrisas, solo una mueca disimulada y la anotación de tu nombre en un registro. Los meses transcurrieron, vomitaste a escondidas y trabajaste más duro para demostrar que el embarazo no afectaba tu desempeño, pero comenzaron a hincharse los pies, a doler la espalda y el caminar con esfuerzo; muchos tocaban tu barriguita, otros se incomodaban por tener que hacer algo que tú ya no podías.

Trabajaste hasta la semana 39 ya que revisaste la ley y conociste que no existía licencia por embarazo, sino solo por maternidad. El /ella nació y tu mundo cambió íntegramente. Te alegraste por las 12 semanas que “da la ley”, que luego entendiste eran tan insuficientes y tuviste que enfrentarte a una de las decisiones más difíciles, quedarte en casa con tu pequeña/o o volver a trabajar, todo tu ser sabía que debías optar por lo primero, pero volviste para garantizarle el derecho a vivir dignamente. Te calzaste una ropa que ya no quedaba como antes, te hiciste una cola con las manos, lloraste ahogadamente, le diste la bendición y saliste a trabajar.

A nadie podías explicar lo que sentías, solo te mordiste los labios, te organizaste y te reinventaste; luego llegó las 3 e hiciste uso del derecho a la lactancia y te enfrentaste a otra historia.

RICARDO VIERA NAVARRETE

Y te diste cuenta pronto, que el trabajar era una necesidad para sobrevivir y una obligación para con los tuyos y, decidiste hacerlo en una sociedad que obstaculiza expresamente y disuade implícitamente por el hecho de ser mujer. Un día, planificado o no, aparecieron esas dos rayitas en aquella barra plástica, que anunciaban serías madre.

Te alegraste y soñaste con aquel pequeño ser que ya crecía en tu vientre, se lo contaste a tu familia y amigas, pero esperaste un par de semanas para informarlo en tu trabajo, no hubo sonrisas, solo una mueca disimulada y la anotación de tu nombre en un registro. Los meses transcurrieron, vomitaste a escondidas y trabajaste más duro para demostrar que el embarazo no afectaba tu desempeño, pero comenzaron a hincharse los pies, a doler la espalda y el caminar con esfuerzo; muchos tocaban tu barriguita, otros se incomodaban por tener que hacer algo que tú ya no podías.

Trabajaste hasta la semana 39 ya que revisaste la ley y conociste que no existía licencia por embarazo, sino solo por maternidad. El /ella nació y tu mundo cambió íntegramente. Te alegraste por las 12 semanas que “da la ley”, que luego entendiste eran tan insuficientes y tuviste que enfrentarte a una de las decisiones más difíciles, quedarte en casa con tu pequeña/o o volver a trabajar, todo tu ser sabía que debías optar por lo primero, pero volviste para garantizarle el derecho a vivir dignamente. Te calzaste una ropa que ya no quedaba como antes, te hiciste una cola con las manos, lloraste ahogadamente, le diste la bendición y saliste a trabajar.

A nadie podías explicar lo que sentías, solo te mordiste los labios, te organizaste y te reinventaste; luego llegó las 3 e hiciste uso del derecho a la lactancia y te enfrentaste a otra historia.

RICARDO VIERA NAVARRETE

Y te diste cuenta pronto, que el trabajar era una necesidad para sobrevivir y una obligación para con los tuyos y, decidiste hacerlo en una sociedad que obstaculiza expresamente y disuade implícitamente por el hecho de ser mujer. Un día, planificado o no, aparecieron esas dos rayitas en aquella barra plástica, que anunciaban serías madre.

Te alegraste y soñaste con aquel pequeño ser que ya crecía en tu vientre, se lo contaste a tu familia y amigas, pero esperaste un par de semanas para informarlo en tu trabajo, no hubo sonrisas, solo una mueca disimulada y la anotación de tu nombre en un registro. Los meses transcurrieron, vomitaste a escondidas y trabajaste más duro para demostrar que el embarazo no afectaba tu desempeño, pero comenzaron a hincharse los pies, a doler la espalda y el caminar con esfuerzo; muchos tocaban tu barriguita, otros se incomodaban por tener que hacer algo que tú ya no podías.

Trabajaste hasta la semana 39 ya que revisaste la ley y conociste que no existía licencia por embarazo, sino solo por maternidad. El /ella nació y tu mundo cambió íntegramente. Te alegraste por las 12 semanas que “da la ley”, que luego entendiste eran tan insuficientes y tuviste que enfrentarte a una de las decisiones más difíciles, quedarte en casa con tu pequeña/o o volver a trabajar, todo tu ser sabía que debías optar por lo primero, pero volviste para garantizarle el derecho a vivir dignamente. Te calzaste una ropa que ya no quedaba como antes, te hiciste una cola con las manos, lloraste ahogadamente, le diste la bendición y saliste a trabajar.

A nadie podías explicar lo que sentías, solo te mordiste los labios, te organizaste y te reinventaste; luego llegó las 3 e hiciste uso del derecho a la lactancia y te enfrentaste a otra historia.

RICARDO VIERA NAVARRETE

Y te diste cuenta pronto, que el trabajar era una necesidad para sobrevivir y una obligación para con los tuyos y, decidiste hacerlo en una sociedad que obstaculiza expresamente y disuade implícitamente por el hecho de ser mujer. Un día, planificado o no, aparecieron esas dos rayitas en aquella barra plástica, que anunciaban serías madre.

Te alegraste y soñaste con aquel pequeño ser que ya crecía en tu vientre, se lo contaste a tu familia y amigas, pero esperaste un par de semanas para informarlo en tu trabajo, no hubo sonrisas, solo una mueca disimulada y la anotación de tu nombre en un registro. Los meses transcurrieron, vomitaste a escondidas y trabajaste más duro para demostrar que el embarazo no afectaba tu desempeño, pero comenzaron a hincharse los pies, a doler la espalda y el caminar con esfuerzo; muchos tocaban tu barriguita, otros se incomodaban por tener que hacer algo que tú ya no podías.

Trabajaste hasta la semana 39 ya que revisaste la ley y conociste que no existía licencia por embarazo, sino solo por maternidad. El /ella nació y tu mundo cambió íntegramente. Te alegraste por las 12 semanas que “da la ley”, que luego entendiste eran tan insuficientes y tuviste que enfrentarte a una de las decisiones más difíciles, quedarte en casa con tu pequeña/o o volver a trabajar, todo tu ser sabía que debías optar por lo primero, pero volviste para garantizarle el derecho a vivir dignamente. Te calzaste una ropa que ya no quedaba como antes, te hiciste una cola con las manos, lloraste ahogadamente, le diste la bendición y saliste a trabajar.

A nadie podías explicar lo que sentías, solo te mordiste los labios, te organizaste y te reinventaste; luego llegó las 3 e hiciste uso del derecho a la lactancia y te enfrentaste a otra historia.