Desaparecidos

“Cierren por un momento sus ojos e imaginen que el desaparecido no es mi hijo sino uno suyo, o su padre, o su hermano”. La frase la dijo, en uno de los tantos actos públicos que ha organizado, Alexandra Córdova, la madre de David Romo, joven quiteño desaparecido hace poco más de tres años. La dijo mientras pasaban en una pantalla gigante fotos de su hijo con amigos, con su hermana, sonriendo. En ese momento quienes la rodeaban comenzaron a llorar.


Tal vez eso es lo que debemos hacer las autoridades y la sociedad civil para comprender la lucha de los familiares de personas desaparecidas: cerrar los ojos y pensar qué seríamos capaces de hacer si un hijo desapareciera. Entenderíamos por qué, aunque la Fiscalía y la Policía se empeñen en repetir que más del 90% de las desapariciones se resuelven con un reencuentro feliz, para estas familias no hay días de paz.


Sabríamos por qué se plantan frente a la Presidencia en la capital ecuatoriana para que les miren y para que observen los rostros de sus desaparecidos. Aun así, ni el más sincero de los esfuerzos nos permitirá comprender a plenitud el dolor de estas personas.


Su ‘movimiento’ empezó hace casi cinco años. Han conseguido cosas importantes, como la creación de una división especial en la Policía para sus casos, pero las cosas no han cambiado mucho todavía. El Estado les debe un protocolo único entre Fiscalía y Policía, una lista completa de cadáveres sin identificar en morgues y universidades, y una difusión mayor de sus casos. Con ellos, con su dolor y en medio de él con su esperanza, la sociedad tiene una obligación y una deuda inmensas.

Frases

«Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza
bendita que lleváis dentro de vosotros mismos”.

Leopoldo Lugones
Escritor argentino (1874-1938)

«Tenemos dos fuerzas que nos ayudan a vivir: el olvido y la esperanza”.

Vicente Rocafuerte
Estadista y diplomático (1783-1847)