Los que se arruinaron

Los ecuatorianos solemos tener excelente memoria para recordar a los políticos deshonestos. Sin gran problema, somos capaces de citar escándalos de corrupción recientes, de hace años, de hace lustros o incluso de hace décadas. También tenemos un ojo afilado para señalar aquellas fortunas o empresas que se originaron de alguna deshonesta maniobra política del pasado: un contrato de obra pública asignada a dedo, un monopolio otorgado o un botín bien invertido. Constituyen oportunos argumentos para una de nuestras convicciones favoritas: que la política es un oficio de corruptos. Conveniente e injustamente, preferimos fingir que el otro lado del espectro no existe.

Todo el que ha conocido la política de cerca puede dar fe de que hay muchísimos políticos rigurosísimamente honestos y que la corrupción es mucho menos extendida de lo que parece desde fuera. Gran parte de los problemas que la opinión pública juzga como “robo” son meras diferencias de criterio, errores de diseño del sistema o desaciertos producto de la falta de recursos o de competencia. Incluso, muchas veces, al analizar detenidamente la vida y el patrimonio de muchos políticos de nuestra historia reciente, es inevitable sentir una mezcla de respeto y ternura ante la modestia de su vida y de la cantidad casi insignificante de recursos que debieron administrar.

Hay muchos ecuatorianos competentes y honestos que, literalmente, se arruinaron por la política. Movidos por el deseo a servir y regidos por una severa moralidad, no dudaban en financiar sus campañas con su patrimonio personal o incluso con deudas que no sabían cómo pagarían. En el proceso, renunciaban a sus profesiones, complicaban su vida familiar y, sobre todo, sacrificaban años valiosos en nombre de una carrera que muchas veces no despegaba y de un oficio que solo conllevaba un estigma.

Tanto los prósperos corruptos como los desdichados honestos han contribuido, paradójicamente, al desprestigio de nuestra política. Nadie quiere tener que elegir entre ser delincuente y ser mártir. Si queremos saber qué reformas se pueden hacer en las reglas del juego electoral para que el sistema no castigue tanto a los honestos, lo mejor sería preguntárselo a ellos. Son tantos que no es difícil encontrarlos.

Daniel Márquez Soares
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