¿Cómo votamos?

César Ulloa Tapia

Cuando escucho a los analistas que la población ecuatoriana vota por ideología parecería que la referencia es un sueño, porque la realidad demuestra todo lo contrario. Eso no significa que hayan muerto las ideologías o que los partidos deben olvidarse de ellas, sino más bien que hay un conjunto de causas que explican que la votación responde al culto de la personalidad de candidatos y candidatas, al mercadeo electoral, la conversión de las campañas políticas en estrategias publicitarias de productos y servicios, y una cultura política que prefiere hechos concretos como las obras antes que largas discusiones sobre el rumbo de la sociedad.

Desde el retorno a la democracia en el año de 1979, el voto ha sido volátil, es decir la mayoría de la población ha favorecido a un candidato de “derecha” para las presidenciales, en la próxima a uno de “izquierda” y pasado mañana a otro “populista”. Es decir, la coyuntura política, la demagogia y el baratillo de ofertas se han impuesto ante un pensamiento más profundo e ideológico que debate qué tipo de sociedad queremos para ahora y para el futuro en materia de educación, salud, seguridad social, ambiente, cultura, arte, movilidad, Derechos Humanos, libertades, género, ciencia, tecnología, producción, trabajo.

Las características personales (físicas, emocionales e intelectuales) de candidatos y candidatas determinan las preferencias electorales, por lo cual el liderazgo no se construye desde las bases ni tampoco se profesionaliza la política, sino que se produce la personificación. Eso se reitera en el tiempo y explica, en gran medida, el fracaso de los partidos que no han podido generar una cantera de nuevos cuadros, sino que además apostaron absurdamente por la consolidación de caudillos y ahora, gerentes de corporaciones. La falta de renovación agudiza la desafección por la política.

En este contexto también ha jugado en contra la fragmentación, es decir la proliferación de partidos de “izquierda”, “derecha” y populismo. Un antídoto sería hablar con seriedad de ideología sin que el análisis sea sinónimo de parálisis.

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