País secuestrado

POR: JOSÉ ALBUJA CHAVES

En los últimos años el Ecuador no había experimentado semejante situación como la que vive actualmente. Hubo siempre, aunque intermitentemente, reacción social frente a medidas políticas encaminadas por los gobiernos de turno, especialmente las de orden económico en las cuales la inequidad provocaba paros, huelgas, manifestaciones y hasta desbordes, pero de alguna manera llegaba un momento en que una suerte de diálogo atemperaba la actividad cotidiana.

Infelizmente, desde que advino una tropelía de 10 años de interminable duración, el país se enrumbó a un tobogán conducido por un desaforado llevando consigo el derroche de la bonanza y una borrachera, para finalmente entrar en trance colectivo y destinar a los ecuatorianos una especia de cicuta dosificada para mirar sin reacción la farra de sus movimientos.

Pero, los transportistas cayeron en el señuelo de lanzarse a un paro para salir ganando de inmediato haciendo de víctimas propiciatorias del desastre, y entregar la posta a sindicatos y, por último, al sector indígena que obra de carne de cañón a la vanguardia de un proceso execrable de franco vandalismo, desmanes, sabotaje y hasta de mercenarios tras bastidores.

Hay derecho a reclamar la vigencia de los derechos de las personas y de los sectores sociales, así como es menester darse cuenta que los derechos terminan cuando comienzan los de los demás. Hay derecho a disentir, pero el mismo es común a toda la sociedad.

La reacción indígena que no tiene nombre acentuará la ruptura social que buscan los desorientados que, cual autómatas, reciben órdenes casi como una religión para auto inmolarse. Y eso no es el pueblo indígena, en el cual también hay sectores de conciliación. Los indígenas tienen sus propios problemas, sus fortalezas y sus debilidades sociales, pero nadie puede hablar de ellos en su nombre, menos ponerlos al frete de sus malsanas intenciones.

Cuando los políticos de viejo cuño o los actuales se han vuelto más equilibristas que artistas de circo, y cuando muchos hacen mutis por el foro porque viven de pescar a río revuelto, es cuando deben aflorar los estamentos de reflexión que sirvan de enlace para la apertura de un diálogo civilizado que supere este infierno, y castigue la esquizofrenia rampante que agobia a un sector que condenado está a acompañar a las almas en pena por siempre jamás.

POR: JOSÉ ALBUJA CHAVES

En los últimos años el Ecuador no había experimentado semejante situación como la que vive actualmente. Hubo siempre, aunque intermitentemente, reacción social frente a medidas políticas encaminadas por los gobiernos de turno, especialmente las de orden económico en las cuales la inequidad provocaba paros, huelgas, manifestaciones y hasta desbordes, pero de alguna manera llegaba un momento en que una suerte de diálogo atemperaba la actividad cotidiana.

Infelizmente, desde que advino una tropelía de 10 años de interminable duración, el país se enrumbó a un tobogán conducido por un desaforado llevando consigo el derroche de la bonanza y una borrachera, para finalmente entrar en trance colectivo y destinar a los ecuatorianos una especia de cicuta dosificada para mirar sin reacción la farra de sus movimientos.

Pero, los transportistas cayeron en el señuelo de lanzarse a un paro para salir ganando de inmediato haciendo de víctimas propiciatorias del desastre, y entregar la posta a sindicatos y, por último, al sector indígena que obra de carne de cañón a la vanguardia de un proceso execrable de franco vandalismo, desmanes, sabotaje y hasta de mercenarios tras bastidores.

Hay derecho a reclamar la vigencia de los derechos de las personas y de los sectores sociales, así como es menester darse cuenta que los derechos terminan cuando comienzan los de los demás. Hay derecho a disentir, pero el mismo es común a toda la sociedad.

La reacción indígena que no tiene nombre acentuará la ruptura social que buscan los desorientados que, cual autómatas, reciben órdenes casi como una religión para auto inmolarse. Y eso no es el pueblo indígena, en el cual también hay sectores de conciliación. Los indígenas tienen sus propios problemas, sus fortalezas y sus debilidades sociales, pero nadie puede hablar de ellos en su nombre, menos ponerlos al frete de sus malsanas intenciones.

Cuando los políticos de viejo cuño o los actuales se han vuelto más equilibristas que artistas de circo, y cuando muchos hacen mutis por el foro porque viven de pescar a río revuelto, es cuando deben aflorar los estamentos de reflexión que sirvan de enlace para la apertura de un diálogo civilizado que supere este infierno, y castigue la esquizofrenia rampante que agobia a un sector que condenado está a acompañar a las almas en pena por siempre jamás.

POR: JOSÉ ALBUJA CHAVES

En los últimos años el Ecuador no había experimentado semejante situación como la que vive actualmente. Hubo siempre, aunque intermitentemente, reacción social frente a medidas políticas encaminadas por los gobiernos de turno, especialmente las de orden económico en las cuales la inequidad provocaba paros, huelgas, manifestaciones y hasta desbordes, pero de alguna manera llegaba un momento en que una suerte de diálogo atemperaba la actividad cotidiana.

Infelizmente, desde que advino una tropelía de 10 años de interminable duración, el país se enrumbó a un tobogán conducido por un desaforado llevando consigo el derroche de la bonanza y una borrachera, para finalmente entrar en trance colectivo y destinar a los ecuatorianos una especia de cicuta dosificada para mirar sin reacción la farra de sus movimientos.

Pero, los transportistas cayeron en el señuelo de lanzarse a un paro para salir ganando de inmediato haciendo de víctimas propiciatorias del desastre, y entregar la posta a sindicatos y, por último, al sector indígena que obra de carne de cañón a la vanguardia de un proceso execrable de franco vandalismo, desmanes, sabotaje y hasta de mercenarios tras bastidores.

Hay derecho a reclamar la vigencia de los derechos de las personas y de los sectores sociales, así como es menester darse cuenta que los derechos terminan cuando comienzan los de los demás. Hay derecho a disentir, pero el mismo es común a toda la sociedad.

La reacción indígena que no tiene nombre acentuará la ruptura social que buscan los desorientados que, cual autómatas, reciben órdenes casi como una religión para auto inmolarse. Y eso no es el pueblo indígena, en el cual también hay sectores de conciliación. Los indígenas tienen sus propios problemas, sus fortalezas y sus debilidades sociales, pero nadie puede hablar de ellos en su nombre, menos ponerlos al frete de sus malsanas intenciones.

Cuando los políticos de viejo cuño o los actuales se han vuelto más equilibristas que artistas de circo, y cuando muchos hacen mutis por el foro porque viven de pescar a río revuelto, es cuando deben aflorar los estamentos de reflexión que sirvan de enlace para la apertura de un diálogo civilizado que supere este infierno, y castigue la esquizofrenia rampante que agobia a un sector que condenado está a acompañar a las almas en pena por siempre jamás.

POR: JOSÉ ALBUJA CHAVES

En los últimos años el Ecuador no había experimentado semejante situación como la que vive actualmente. Hubo siempre, aunque intermitentemente, reacción social frente a medidas políticas encaminadas por los gobiernos de turno, especialmente las de orden económico en las cuales la inequidad provocaba paros, huelgas, manifestaciones y hasta desbordes, pero de alguna manera llegaba un momento en que una suerte de diálogo atemperaba la actividad cotidiana.

Infelizmente, desde que advino una tropelía de 10 años de interminable duración, el país se enrumbó a un tobogán conducido por un desaforado llevando consigo el derroche de la bonanza y una borrachera, para finalmente entrar en trance colectivo y destinar a los ecuatorianos una especia de cicuta dosificada para mirar sin reacción la farra de sus movimientos.

Pero, los transportistas cayeron en el señuelo de lanzarse a un paro para salir ganando de inmediato haciendo de víctimas propiciatorias del desastre, y entregar la posta a sindicatos y, por último, al sector indígena que obra de carne de cañón a la vanguardia de un proceso execrable de franco vandalismo, desmanes, sabotaje y hasta de mercenarios tras bastidores.

Hay derecho a reclamar la vigencia de los derechos de las personas y de los sectores sociales, así como es menester darse cuenta que los derechos terminan cuando comienzan los de los demás. Hay derecho a disentir, pero el mismo es común a toda la sociedad.

La reacción indígena que no tiene nombre acentuará la ruptura social que buscan los desorientados que, cual autómatas, reciben órdenes casi como una religión para auto inmolarse. Y eso no es el pueblo indígena, en el cual también hay sectores de conciliación. Los indígenas tienen sus propios problemas, sus fortalezas y sus debilidades sociales, pero nadie puede hablar de ellos en su nombre, menos ponerlos al frete de sus malsanas intenciones.

Cuando los políticos de viejo cuño o los actuales se han vuelto más equilibristas que artistas de circo, y cuando muchos hacen mutis por el foro porque viven de pescar a río revuelto, es cuando deben aflorar los estamentos de reflexión que sirvan de enlace para la apertura de un diálogo civilizado que supere este infierno, y castigue la esquizofrenia rampante que agobia a un sector que condenado está a acompañar a las almas en pena por siempre jamás.