China y los pescados

Cuando niña, solía leer cuentos de antologías que nos remontaban a tierras lejanas y misteriosas y a historias que mencionaban lugares, personajes, animales míticos.

En los tiempos actuales, en que muchos misterios han sido develados, en que los diversos confines de la tierra han sido recorridos, sin embargo hay lugares que siguen guardando un atractivo especial.

Uno de esos lugares singulares lo constituyen sin lugar a dudas, las Islas Galápagos, aquellas descubiertas y anexadas a la corona española por Fray Tomás de Berlanga y que ahora constituyen parte del territorio ecuatoriano.

La singularidad de las islas depende de su ubicación geográfica, de su condición de aislamiento, de la extraordinaria biodiversidad que forma parte de espacio vital.

Esa biodiversidad atrae la codicia de quienes intentan aprovecharse de ella, que ahora corre un inminente peligro cercadas como están las islas por los cientos de barcos pesqueros chinos, con redes que arrastran indiscriminadamente todo lo que contiene el mar, en búsqueda de las codiciadas aletas de tiburón.

Es una lucha entre David y Goliat, entre la debilidad de un país pequeño y la fuerza de uno enorme que amenaza las aguas territoriales del país, que debe alertar a toda la comunidad internacional a fin de que se erradique de una vez por todas esa amenaza.

La solidaridad de todos los defensores de la naturaleza debe hacerse presente para condenar el uso de la fuerza, el atropello a los derechos, la depredación de un lugar verdaderamente especial.

¡Fuera los barcos de los territorios marinos que circundan Galápagos! ¡Fuera los que suministran combustible a los barcos extranjeros depredadores!, ¡fuera quienes recaudan la pesca para llevarla a los barcos frigoríficos que rodean, como buitres hambreados, nuestro mar y nuestras islas!

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