Desmemoriados

No se construye identidad política cuando se carece de memoria.

Al respecto puede haber varias causas: desinterés individual y colectivo, oleajes propagandísticos que producen entretenimiento en lo banal y la gestión corporativista de los partidos y movimientos cuando se confunde la figura de los líderes con gerentes y la de modelos de pasarela con gestores sociales. Esa falta de memoria provoca carencia en el amor propio y en la autoestima. Ecuador sufre de las dos cosas: desmemoria y amor propio. Hay evidencias por centenares, pues basta nombrar algunos hechos históricos para deducir que no hay dolor por lo que sucede en el país.

Hace ya varias décadas desde el balcón de la alcaldía de Guayaquil se lanzaba a la “plebe” regalos en época de navidad, agudizando más la visión del pobre mendigo que aplaude un gesto a su favor con maltrato incluido. Desde la otra orilla se podría decir lo mismo, aunque la escena no sea tan grotesca, pero sí tan repudiable como la anterior. A cuatro años del terremoto en Manabí y Esmeraldas, la misma población damnificada siguió votando, incomprensiblemente, por las fuerzas políticas que jugaron con su dolor y que no han respondido con lo más básico para su vida: un sistema de salud. La construcción de los hospitales ha evidenciado hasta donde puede llegar la miseria humana.

A puertas de un nuevo proceso eleccionario, ojalá no olvidemos el cálculo que realizó la Comisión Nacional Anticorrupción por desfalco al Estado en el 2017 en cerca de 35 mil millones de dólares. Entonces, seguir votando por quienes se robaron los recursos nos haría pensar que no tenemos amor propio y que nuestra autoestima está en el piso. O, a su vez, que somos tan fáciles de persuadir con cualquier discurso lleno de frases hechas y retazos de cualquier poesía adaptada al contexto.

Acerca de la identidad ecuatoriana se han escrito sendos ensayos, pero ninguno habla con la dureza que supone reconocer que no nos duele el país, porque carecemos de amor propio. Cada elección es una prueba para refrendar esta maldición. Ojalá la que viene mande al tacho de basura esta constatación.

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