Los nombres que hacen falta

Hace meses, cuando Estados Unidos se acercaba a los 100 mil muertos por Covid-19, el New York Times publicó en su portada los nombres, datos y una corta semblanza de mil fallecidos. La iniciativa revistió de realidad y urgencia a un problema que, hasta entonces, parecía reservado a la especulación estadística y la teoría epidemiológica.

En Ecuador, las cifras del Registro Civil hablan de unas 20 mil defunciones inusuales desde el inicio de la pandemia; es decir, desde marzo murieron 20 mil personas más que el año pasado en el mismo periodo. En contraste, la cifra oficial de fallecidos por Covid-19, confirmados y bajo sospecha, rodea los nueve mil. Hay 11 mil fallecidos que no entran en la ecuación de la pandemia. La opinión pública crítica ha preferido endilgárselos al Covid-19 y, de paso, esgrimirlos como la confirmación suprema del fracaso de la clase política, la inviabilidad del país o nuestra inferioridad cultural.

Lo curioso es que 10 mil de esos fallecimientos inusuales, es decir casi todos, se produjeron en Guayaquil durante las tres primeras semanas de abril, cuando hubo días que reportaron más de seiscientas muertes.

Esa mortandad resulta sospechosa. Allí, las muertes iniciaron más rápido que en cualquier otra ciudad del mundo a partir del primer contagio; la cantidad de muertos sugeriría que media ciudad ya estaba contagiada o que el virus resultó mucho más letal. Asimismo, tras dos semanas, la mortalidad en la ciudad descendió súbitamente, sin explicación aparente. Meses después, el grado de mortalidad en el resto del país no alcanza esas cifras. Algo no cuadra.

¿Un error de registro? En nombre de la verdad, se debe investigar cómo se levantó la información y, sobre todo, analizar cada muerte reportada. Cuando verifiquemos los nombres de todos los fallecidos, podremos estar seguros.

Ningún profesional de la salud osa decir que el Covid-19 ha matado a veinte mil ecuatorianos, pero mucha gente así lo cree y, el Gobierno con sus cifras alimenta las especulaciones. Esa información alimenta a la prensa internacional, a los actores políticos, a organismos gubernamentales y así, tarde o temprano, una equivocación se torna verdad.

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