El primer grito

Cada 10 de agosto, ciertos “revisionistas” tratan de escatimarle valor a la revolución quiteña. Unos afirman que no existió una intención independentista, otros dicen que fue un acto de fidelidad a la corona y no falta el audaz que sostiene que fue la revuelta de unos cuantos marqueses sin apoyo del pueblo.

Más allá de estos despropósitos, la lectura serena de las evidencias documentales prueba que el 10 de agosto constituyó el inicio de un proceso emancipatorio que, en el caso del actual territorio del Ecuador, concluyó el 24 de mayo de 1822. Como todo proceso, tuvo sus luces y sus sombras: es verdad que la Junta Soberana invocó al rey Fernando VII al momento de redactar su proclama; sin embargo, esto fue un ardid para facilitar la revolución. Con el pasar de los días, la propuesta se radicalizó y baste esta frase del pronunciamiento hecho por los barrios de Quito para confirmar el espíritu emancipatorio de la revuelta: «No hay rey, no hay legítimo soberano, nosotros hemos quedado naturalmente libres».

Si, como afirman algunos, sólo era una revolución de marqueses perjudicados en sus intereses, ¿cómo se explica la organización popular de los barrios de Quito, en especial del barrio de San Roque que convocó a un “Convite” para ratificar la revuelta? ¿Cómo se explica, entonces, el bloqueo comercial que aplicaron a Quito otras ciudades que no plegaron al 10 de agosto?

Si era un acto de fidelidad al rey ¿cómo se entiende la radical postura del fiscal realista Arréchaga que pedía la pena de muerte para los patriotas involucrados en el 10 de agosto y hablaba de la su manifiesta intención independentista?

Hubo, sin duda alguna, tensiones, e infiltrados en la causa patriota. Es verdad que la primera Junta Soberana naufragó en el mar de sus contradicciones. Pero la semilla de la libertad estaba echada y no fructificó sino hasta el 24 de mayo de 1822.