Proceso revolucionario

Rodrigo Santillán Peralbo

Desde las huestes correístas surgen voces que hablan de “proceso”, “principios”, “revolución ciudadana” y otros malabares lingüísticos que existen sólo en los discursos y que terminan por desvirtuar, confundir, engañar, hasta destruir la verdadera esencia de lo que es una revolución en su fondo y forma, los principios o valores en los que se sustenta, y entorpecen los procesos que conducen al inevitable cambio del sistema.

Esa confusión en el uso del lenguaje revolucionario puede ocurrir por el desconocimiento o debilidad de las ideologías o por la perversidad de quien, a sabiendas, las utiliza para provocar, finalmente, una contrarrevolución o el desprecio de los pueblos a las ideologías revolucionarias, o a las izquierdas que las preconizan y luchan por las verdaderas revoluciones.

Una revolución significa cambiar de manera integral, total, el viejo sistema o sistema imperante para liquidar sus estructuras y superestructuras sociales, económicas, políticas, culturales.

Para que ello ocurra se requiere ejecutar un proceso que se fundamente en principios incuestionables que comienza con la oposición consciente a la ideología dominante y que su accionar parta de principios revolucionarios: justicia social, fin de la explotación del hombre por el hombre, el poder para el pueblo, pleno ejercicio de los derechos humanos y afirmación para vivir en libertad, paz y solidaridad.

Requisito indispensable es luchar contra el imperialismo y todas sus formas de sometimiento y neocolonialismo. Todo proceso revolucionario tiene su contrarrevolución y antiprincipios: caudillismo y no real liderazgo, fanatismo, culto a la personalidad, odio visceral, procacidad, individualismo, egoísmo y un batallón que aplaude al dueño de una monumental falsificación ideológica.

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