Ni chicha ni limonada

Kléber Mantilla Cisneros

El reconocimiento del tirano Maduro con piola, la cuarentena de una pareja secuestrada en la frontera norte sin noticias y los parches con tatuaje de la ley de comunicación del correato, articulan el nuevo escenario político entre la descripción del miedo a media tinta. El mejor ejemplo es el gradualismo económico aplicado para evadir el impacto de un ajuste de ‘shock’ urgente después del despilfarro y déficit fiscal heredado.

Ser o no ser. Con un morenismo en media cama. No es coherente aceptar una oleada migratoria venezolana y aprobar un caos humanitario sin fijarse en el responsable o retirar la seguridad pretoriana a los jefes de una mafia para pasarlo como acto de redención.

Es que además plantear una ley sin políticas estatales claras de comunicación; sumada una Defensoría del Pueblo sin reglamento para confrontar medios y periodistas, y un Cordicom regulatorio designado por el Ejecutivo sin participación de los gremios de la sociedad civil, muestran las piltrafas de un cuerpo legal todavía infame y latente. De hecho, vivir y gobernar con miedo es difícil pero al usar la retórica del diálogo esta transforma los miedos viejos en nuevos.

El poder sabe que el miedo implica control y dominio. El teórico Jean Delumeau, explica que la paranoia permanece después como es el caso de Correa y Glas: uno refugiado en un ático y otro con guardaespaldas entre presos. Ambos asustados por sus cucos nocturnos.

Otros miedos, reales o ficticios, son vencidos como cuando se regresa al sentido común y se cambia un sistema de justicia persecutorio y autoritario, o cuando se renegocian deudas y contratos de preventa de petróleo infames. Pero, otros, son recurrentes como el miedo a la arrogancia sin dinero que reinventan lo insospechado o culminan en escenarios trágicos.

Una canciller viajera con la bandera del cinismo muda ante las familias de secuestrados y asesinados; o los miedos a los populismos extremos de alcaldes que como los bomberos no se pisan las mangueras por resultados mediocres. En fin, los periodistas ya tenemos una ley. Buena o mala, ni chicha ni limonada.

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