Lecciones de historia

Fausto Jaramillo Y.

La semana pasada la justicia ecuatoriana declaró la prescripción de la causa incoada contra César Verduga, por el delito de peculado, cuando desempeñaba las funciones de Ministro de Gobierno de un gobierno espúreo y vanidoso.

Por aquellos días de febrero de 1997, el pueblo ecuatoriano, cansado de las actitudes propias de un payaso antes que de un presidente de la República, de los robos descarados de fondos públicos y de las constantes ridiculeces de funcionarios del régimen de Abdalá Bucaram, salió a las calles a manifestar su hastío. Poco a poco, las protestas se transformaron en verdaderas manifestaciones populares de repudio que culminaron cuando el presidente abandonó su cargo.

El congreso, presidido por un sátrapa bailarín, defenestró al presidente aduciendo cierta enfermedad mental, pero sin contar con un certificado médico que diagnosticara dicho mal. Los diputados botaron al presidente sin respaldo legal; y lo que es peor, inventándose una figura que no constaba en la Constitución, permitieron que su presidente se adueñara del Poder, por encima de la Vicepresidenta a quien le correspondía por derecho y por sentido común, la sucesión presidencial. Ese bailarín robó a los ecuatorianos el derecho a vivir en Democracia.

Su ministro de Gobierno no fue capaz de justificar el uso de varios millones de sucres, y debió huir, como todo culpable y cobarde, del país y refugiarse en otro. No pudo ser juzgado debido a que las leyes que nos regían en ese entonces no permitían incoar un juicio en ausencia del acusado.

Han transcurrido más de veinte años y ahora este personaje puede volver al país.

Más importante que esta historia es reconocer que la corrupción ha estado presente en el Ecuador desde mucho tiempo atrás, y que, lastimosamente, hemos sido gobernados por unos cuántos delincuentes de cuello blanco, que encaramados en el Poder nos han esquilmado nuestros recursos y nosotros no hemos sido capaces de aprender las lecciones y hemos caído una y otra vez en entregar nuestra esperanza y nuestra confianza en encantadores de votos para luego caer en el estupor de conocer los atracos y violaciones a los principios de honestidad y honradez que deberían normar la vida de todo gobernante.