El carbonero

POR: Germánico Solis

Los sitios donde se vendía carbón han desaparecido de las ciudades actuales, persisten en los mercados pequeños sitios de expendio, en otro momento bodegones visibles, almacenamientos con buenas reservas para satisfacer la demanda de lo que fue el combustible común para los hogares, que como en toda época requirieron la candela como amianto o calefacción.

Los lugares de expendio no eran atractivos, eran aposentos de altas paredes, negreadas hasta el techo, era innecesario pintarlas ya que los bultos del carbón vegetal las ennegrecían, no era preciso tumbados, los despenseros de esos lugares acostumbraban sentarse junto a la puerta a esperar a sus clientes mientras leían el periódico, su vestimenta y lo existente en esos negocios estaban tiznados por el cernido del carbón. Decíase incluso, que quienes producían tenían alma de carbón, no por el negror, sino, por que elaborarlo era trabajo duro, sin embargo, constituyó un manifiesto de amor a la tierra y al trabajo que fue generacional.

Las carboneras eran lugares distantes de las ciudades, enclavadas en los bosques, en nuestro Ecuador el carbón que tenía fama era el de espino, la calidad se calificaba por el brillo, el azulado, los reflejos de la luz y la textura, posiblemente las hornillas debían estar en la zona de Cotacachi, Intag y quizá en algunos páramos.

El carbón acostumbraba llegar a Ibarra y a Otavalo sobre caravanas de burros o mulas hasta los sitios de expendio, posteriormente en camiones. Habitualmente era el ama de casa la preocupada de abastecerse del carbón, ella usaba para el cocimiento de alimentos y para quitar las arrugas de la ropa, utilizando las también desaparecidas planchas de carbón.

Las carboneras y las carbonerías, por el encanto de producir o vender el apetecido carbón, que inclusive deberíamos mirarlo como rito, fue motivo de creaciones de la literatura, inspiraron hermosas canciones y ocurrentes poesías que magnificaron ese quehacer, que a más de ser brasa y crepitar en los hogares, compendiaron una época donde el oficio de carbonero era una expresión de esencia de la vida, el hollín en las manos y rostros enorgullecieron a mujeres y varones héroes del tiempo.