Sin candidato

Daniel Marquez Soares

La historia de la humanidad constituye un doloroso, pero efectivo proceso de aprendizaje. Con las bondades del progreso, viene también la dificultad para entender las insensateces del pasado. A los seres humanos del futuro les resultarán incomprensibles muchas cosas que hoy nos parecen normales e inevitables, de la misma manera que a nosotros muchas instituciones y comportamientos del pasado nos parecen aberrantes.

La esclavitud, la propensión a la violencia, la resistencia a la ciencia o la discriminación abierta son algunos de los elementos de un pasado no tan lejano que hoy se nos hacen injustificables e inconcebibles. Si de adivinar se trata, lo más probable es que dentro de unos siglos el sistema contemporáneo de gobierno y elección de autoridades resultará risible y los humanos del futuro no conseguirán entender cómo fue que todos terminamos aceptando vivir así.

¿Cómo explicaremos que nos veíamos obligados a votar por personas a las que no conocíamos, aun sabiendo que había todo un sistema encargado de vendernos científicamente una imagen falsa de ellos? ¿Diremos que sabíamos que estábamos eligiendo funcionarios prácticamente incompetentes al respecto de la mayoría de los temas sobre los que tenían que tomar decisiones? ¿Estamos conscientes de cómo nos mirarán cuando expliquemos que en nuestro sistema uno tenía la obligación de votar, pero no la obligación de candidatizarse, por solo vanidosos, codiciosos y oportunistas se presentaban como candidatos? ¿Y cuando contemos que todos teníamos claros los problemas de nuestro país y del futuro, que incluso teníamos una idea de las soluciones necesarias, pero no hicimos nada porque el sistema no nos lo permitía? ¿Reconoceremos que llegamos a vivir bajo una burocracia y un legalismo que, de tan descomunales, se vovieron ingobernables? ¿Admitiremos que aceptamos resignadamente que todo voto, sin importar de parte de quién, valía lo mismo? Y que aceptamos vivir así pese a contar con el tiempo, el dinero y la tecnología de esta próspera época de la civilización. Solo porque nos creímos el cuento de que no había otra manera.

Por eso, no está mal no tener candidato para este domingo. Uno siempre sabe, dentro de sí, cuando algo huele mal y está bien no querer jugar.

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