País divertido

César Ullóa Tapia

Las democracias consolidadas que gozan de altos niveles de calidad y resiliencia son posiblemente las más aburridas, en el mejor sentido de los términos, porque la realidad institucional es previsible. La ley está sobre los caprichos de los gobernantes, la ciudadanía cumple con sus deberes y también demanda sus derechos. La vida cotidiana es el resultado de un acuerdo de convivencia social a largo plazo. Y este acuerdo se revisa cada determinado tiempo para mejorar la sociedad. La participación es consentida y surge de una voluntad política impostergable. Sin lugar a duda, las democracias de este tipo tienen siglos de maduración, pero sobre todo de mantener firme el compromiso cívico de sus habitantes.

Para que las democracias sean aburridas se necesita de varios elementos. Primero, que haya una cultura cívica, ética y política. Segundo, que las instituciones perduren más allá de quienes las administran temporalmente. Tercero, que haya sintonía con las exigencias y las demandas de la sociedad en las diversas dimensiones como son la política, la economía, la cultura y las relaciones internacionales. Cuarto, que el respeto a las diferencias y las diversidades sean prácticas diarias de vida. Y finalmente, que no haya perpetuidad de ningún actor en el Gobierno, porque la alternabilidad permite el involucramiento de todas las generaciones en la administración de la cosa pública. En definitiva, se cierra el paso a los caudillismos y a las estrategias populistas.

No es fácil plantearse una democracia aburrida para un país como el nuestro que vive enredado en tramas de corrupción, abuso de poder, transgresión de los derechos, descalificación permanente entre quienes hacen política y la incertidumbre de no conocer qué podría suceder mañana, sin embargo no es imposible revertir esta situación, siempre y cuando, haya una alta dosis de transparencia y ganas de patear el tablero de verdad. Esta tarea no es exclusiva de quienes hacen política, es de la ciudadanía desde el lugar que cada cual ocupa, caso contrario seguiremos siendo divertidos a más no poder de la ridiculez.

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