El púlpito

POR: Germánico Solis

Pareciera que hay cosas o sucesos no vigentes y que están en el olvido, mas, persisten en el imaginario de quienes vivimos intensos momentos de amor. Así, cómo olvidar la profunda ternura de mi madre cuando sujetando mi mano, y explicándome lo que es Dios, con honda devoción nos encaminábamos a la misa celebrada los domingos en la iglesia El Jordán de Otavalo. Ella me había peinado con brillantina y puesto el mejor ropaje, zapatos lustrados, bien acomodados los tirantes y un suéter recientemente lavado.

Está en mi memoria la estructura pétrea del frontispicio de aquella iglesia, me embelesaba el arco donde se balanceaba la campana invocando a los fieles. La nave abrigaba una sensación de reconocer el cielo, divisaba, – mientras mi madre avanzaba a los reclinatorios punteros – la quieta palidez de vírgenes y santos calvos, uno reteniendo una calavera en la palma de la mano, otro sosteniendo a un Niño y azucenas.

Solían estar en enorme quietud, cristos, alcancías, velas, las Estaciones del Viacrucis. Los místicos confesionarios visitados por devotas enmantilladas, eran tan seráficos como la pileta de agua bendita empotrada en el portón de ingreso. El altar mayor emanaba luminiscencia aunque las farolas eran tenues.

La hornacina del Santísimo infundía insondable respeto, recogía el cáliz y la sangre del Señor. Inmenso era el altar mayor e inexplicable el adornado púlpito con un graderío que asomaba interminable, tenía una cúpula para que el sonido reverbere y se oiga mejor.

Ahora sé que esa plataforma era para predicar, cantar la epístola, enseñar el evangelio. En la antigua Roma, el púlpito servía para que el magistrado administrara justicia. El cristianismo y las transformaciones en la Edad Media, identifican al púlpito como sitio desde donde hablaba el predicador. Actualmente, esta estructura no se utiliza, gracias a los sistemas de amplificación que dejan que el sacerdote se escuche desde el altar.

El sermón de ese tiempo era moralista y con enérgicas fogosidades en contra de liberales y paganos. Muchas veces siento el calor de la mano de mi madre y la predicación del sacerdote cuyo nombre he olvidado, retumbando desde un pulpito ahora inexistente.