La palabra rota

Por Ramiro Ruiz R.

¿Qué sentido tiene escribir sobre las razones, las causas evidentes y las ocultas que promueven la corrupción? Muchos editorialistas leen, investigan, analizan y escriben acerca de este “tema”, (no es “tema”, es un problema que está formando raíces en la vida diaria y en la mente del ciudadano común). Se ha gastado mucha tinta en los diarios, en revistas y libros. Pero el resultado de la lucha contra corruptos y corruptores es todavía débil.

Pensar acerca de este problema nacional y universal y escribir cada semana, durante muchos años, tal vez desgaste a escritores y lectores. A lo mejor el oficio del periodista sea frustrante. En este tsunami de delitos la palabra no tiene respuesta ante la justicia, porque está enredada en la telaraña de leyes inservibles. Mientras los delincuentes siguen libres y nadie sabe dónde está protegido el dinero y ganando intereses.

La justicia tiene que caminar más ágil. Los días se terminan, mientras los raptores tienen la esperanza de que sus delitos se arrinconen en el olvido.

A pesar de los conflictos que desafían la fiscalía y los jueces, la justicia tiene que limpiar al país. Entonces los editoriales, las noticias y reportajes, tienen sentido, porque la palabra está resguardando la confianza y la honradez de las personas que trabajan y viven con dignidad.

La palabra nunca ha sido sumisa. Más bien se ha convertido en instrumento de rebeldía frente al “rostro blanco del poder”. Con la palabra se ha descubierto muchas tramas de corrupción. A pesar de innumerables intentos de ocultar la agresión y la infracción de la ley.

Sólo con la palabra se ha restaurado las verdades silenciadas por intereses políticos o económicos. Los nombres de periodistas y columnistas tienen en común la condición de mártires laicos que han entregado sus vidas por defender causas civiles y derechos humanos.

En el país se ha formado un universo donde tienen cabida la violencia machista que termina en femicidio, la trata de blancas, el atraco a los fondos del Estado, las leyes que han facilitado la rapiña, el fraude electoral y el trabajo ineficiente de la Asamblea Nacional, la perversidad de los cuatro actores de Participación Ciudadana, el escándalo de sobreprecios de obras que no sirven, y de muchos otros atracos, los conocimos antes y ahora gracias a la palabra.

Ninguna forma de poder, sea político, económico, empresarial, incluso familiar o callejero, ha podido doblegar a la palabra.

Quizá la palabra no sirva para derrocar al tirano o al gobierno ineficiente de turno, pero tomar la palabra supone el primer paso para desenmascararlo.