Piedad Benavides

POR: Luis Fernando Revelo

Cuánta verdad encierra las palabras del filósofo: “Nacemos para morir y morimos para vivir”. “Nuestras vidas son como los ríos que van a dar a la mar que es el morir”, exclama con nostalgia Jorge Manrique en las coplas por la muerte de su padre. La segadora implacable ha cortado el hilo de la existencia de una gran mujer, la Lic. Piedad Benavides Lima.

Aquel roble que fue Piedadcita, como cariñosamente le llamábamos en los círculos amicales, se ha doblegado ante la huesuda parca que con su guadaña implacable le sorprendió lejos de su amada Patria. Su corazón dejó de palpitar y sus ojos se cerraron para siempre al comenzar más de 14 lustros de una existencia fecunda. Formada en las aulas de la recordada Escuela Pedro Moncayo, en las añoradas aulas del Colegio Ibarra y en las gloriosas aulas de la Universidad Central del Ecuador, donde obtuvo su Licenciatura en Enfermería. Más de 40 años vaciados íntegramente en el ejercicio de su profesión donde con encendida vocación y mística de servicio dejó una impronta indeleble en la Misión Andina, en el Centro de Salud de Ibarra, en la recordada Clínica de Atuntaqui, para luego trasladarse a inaugurar el Hospital del IESS, finalizando con un fecundo periplo de docencia en la Universidad Técnica del Norte.

La conocí, cuando compartíamos el pan de la ciencia y de la virtud en esta alma mater del norte ecuatoriano, cuando buscábamos afanosamente un título de cuarto nivel en la Uniandes. Allí admiré su verticalidad, su trabajo consciente y serio, su austeridad y su recio temple. Ha traspasado los dinteles de esta vida perecedera con el nimbo de Maestra.

Con gratitud entrañable, deposito sobre su tumba, la flor de los sepulcros, las inmarcesibles siemprevivas, símbolo de mi consternación y del eterno recuerdo.