Las jornadas del odio y del vandalismo

POR: Mario García Gallegos

Los varones del transporte descimbraron las jornadas del odio y del vandalismo jamás experimentadas en el Ecuador, y a la par cometieron el delito de suspender los servicios públicos de movilidad en todo el territorio nacional. A esta acción prepotente de la dirigencia millonaria que se había mantenido quieta, sumisa y hasta satisfecha durante el correato, se sumaron las organizaciones sindicales debilitadas, cuyas siglas conservaban bajo la axila como ajada bandera algunos personajes de consuetudinaria vagancia que dicen representar a los trabajadores.

Al unísono las organizaciones indígenas y campesinas convocadas por la Conaie sumaron sus espesas huestes que se trasladaron a la capital para hacer sentir su voz de protesta, como es el derecho legítimo del pueblo consagrado en la ley. Hasta aquí todo normal, pero nadie se imaginó que este aluvión humano iba a ser cabalgado por vándalos, forajidos y delincuentes que cumplirían las directrices del correísmo y de la revolución bolivariana, trazadas en Venezuela.

Las calles de todo el país se convirtieron en campos de batalla, los saqueadores cobraron su botín, los activistas de extrema izquierda comandaron el asalto a las entidades públicas, retenes policiales y hasta los cuarteles con avanzadas tácticas de subversión. La nación se convirtió en una pira bárbara, en el escenario de un odio y una violencia nunca experimentada.

Los transportistas se declararon inocentes, los indios de igual manera proclamaron ser químicamente puros, nada tenía que ver con los que atacaron a las fuerzas del orden, allanaron la Asamblea y quemaron la Contraloría. Asustados aceptaron el diálogo y prepotentes y emplumados pusieron sus condiciones en representación de todo un país. ¿Dónde está el 80% que no son indios ni negros? ¿Cómo se va a cerrar la brecha fiscal? ¿Cómo pagaremos la deuda externa, “mesa servida” del correísmo?

POR: Mario García Gallegos

Los varones del transporte descimbraron las jornadas del odio y del vandalismo jamás experimentadas en el Ecuador, y a la par cometieron el delito de suspender los servicios públicos de movilidad en todo el territorio nacional. A esta acción prepotente de la dirigencia millonaria que se había mantenido quieta, sumisa y hasta satisfecha durante el correato, se sumaron las organizaciones sindicales debilitadas, cuyas siglas conservaban bajo la axila como ajada bandera algunos personajes de consuetudinaria vagancia que dicen representar a los trabajadores.

Al unísono las organizaciones indígenas y campesinas convocadas por la Conaie sumaron sus espesas huestes que se trasladaron a la capital para hacer sentir su voz de protesta, como es el derecho legítimo del pueblo consagrado en la ley. Hasta aquí todo normal, pero nadie se imaginó que este aluvión humano iba a ser cabalgado por vándalos, forajidos y delincuentes que cumplirían las directrices del correísmo y de la revolución bolivariana, trazadas en Venezuela.

Las calles de todo el país se convirtieron en campos de batalla, los saqueadores cobraron su botín, los activistas de extrema izquierda comandaron el asalto a las entidades públicas, retenes policiales y hasta los cuarteles con avanzadas tácticas de subversión. La nación se convirtió en una pira bárbara, en el escenario de un odio y una violencia nunca experimentada.

Los transportistas se declararon inocentes, los indios de igual manera proclamaron ser químicamente puros, nada tenía que ver con los que atacaron a las fuerzas del orden, allanaron la Asamblea y quemaron la Contraloría. Asustados aceptaron el diálogo y prepotentes y emplumados pusieron sus condiciones en representación de todo un país. ¿Dónde está el 80% que no son indios ni negros? ¿Cómo se va a cerrar la brecha fiscal? ¿Cómo pagaremos la deuda externa, “mesa servida” del correísmo?

POR: Mario García Gallegos

Los varones del transporte descimbraron las jornadas del odio y del vandalismo jamás experimentadas en el Ecuador, y a la par cometieron el delito de suspender los servicios públicos de movilidad en todo el territorio nacional. A esta acción prepotente de la dirigencia millonaria que se había mantenido quieta, sumisa y hasta satisfecha durante el correato, se sumaron las organizaciones sindicales debilitadas, cuyas siglas conservaban bajo la axila como ajada bandera algunos personajes de consuetudinaria vagancia que dicen representar a los trabajadores.

Al unísono las organizaciones indígenas y campesinas convocadas por la Conaie sumaron sus espesas huestes que se trasladaron a la capital para hacer sentir su voz de protesta, como es el derecho legítimo del pueblo consagrado en la ley. Hasta aquí todo normal, pero nadie se imaginó que este aluvión humano iba a ser cabalgado por vándalos, forajidos y delincuentes que cumplirían las directrices del correísmo y de la revolución bolivariana, trazadas en Venezuela.

Las calles de todo el país se convirtieron en campos de batalla, los saqueadores cobraron su botín, los activistas de extrema izquierda comandaron el asalto a las entidades públicas, retenes policiales y hasta los cuarteles con avanzadas tácticas de subversión. La nación se convirtió en una pira bárbara, en el escenario de un odio y una violencia nunca experimentada.

Los transportistas se declararon inocentes, los indios de igual manera proclamaron ser químicamente puros, nada tenía que ver con los que atacaron a las fuerzas del orden, allanaron la Asamblea y quemaron la Contraloría. Asustados aceptaron el diálogo y prepotentes y emplumados pusieron sus condiciones en representación de todo un país. ¿Dónde está el 80% que no son indios ni negros? ¿Cómo se va a cerrar la brecha fiscal? ¿Cómo pagaremos la deuda externa, “mesa servida” del correísmo?

POR: Mario García Gallegos

Los varones del transporte descimbraron las jornadas del odio y del vandalismo jamás experimentadas en el Ecuador, y a la par cometieron el delito de suspender los servicios públicos de movilidad en todo el territorio nacional. A esta acción prepotente de la dirigencia millonaria que se había mantenido quieta, sumisa y hasta satisfecha durante el correato, se sumaron las organizaciones sindicales debilitadas, cuyas siglas conservaban bajo la axila como ajada bandera algunos personajes de consuetudinaria vagancia que dicen representar a los trabajadores.

Al unísono las organizaciones indígenas y campesinas convocadas por la Conaie sumaron sus espesas huestes que se trasladaron a la capital para hacer sentir su voz de protesta, como es el derecho legítimo del pueblo consagrado en la ley. Hasta aquí todo normal, pero nadie se imaginó que este aluvión humano iba a ser cabalgado por vándalos, forajidos y delincuentes que cumplirían las directrices del correísmo y de la revolución bolivariana, trazadas en Venezuela.

Las calles de todo el país se convirtieron en campos de batalla, los saqueadores cobraron su botín, los activistas de extrema izquierda comandaron el asalto a las entidades públicas, retenes policiales y hasta los cuarteles con avanzadas tácticas de subversión. La nación se convirtió en una pira bárbara, en el escenario de un odio y una violencia nunca experimentada.

Los transportistas se declararon inocentes, los indios de igual manera proclamaron ser químicamente puros, nada tenía que ver con los que atacaron a las fuerzas del orden, allanaron la Asamblea y quemaron la Contraloría. Asustados aceptaron el diálogo y prepotentes y emplumados pusieron sus condiciones en representación de todo un país. ¿Dónde está el 80% que no son indios ni negros? ¿Cómo se va a cerrar la brecha fiscal? ¿Cómo pagaremos la deuda externa, “mesa servida” del correísmo?