Santiago Armijos Valdivieso
Al tomar posesión como Presidente de la República, Lenín Moreno se proyectaba como un mandatario sin autonomía para decidir las acciones de su gobierno. Las circunstancias políticas y la intolerante personalidad de su antecesor motivaron a pensar aquello.
Sin embargo y ante el asombro ciudadano, las sorpresas políticas empezaron a producirse para bien.
La primera se produjo en el acto de posesión cuando anunció la suspensión de las sabatinas, en las que el iracundo Correa insultaba a todo aquel que se atrevía a contradecirlo.
La siguiente se dio cuando proclamó que la mesa servida dejada por el anterior gobierno no existía, y al contrario, heredaba una terrible situación económica fiscal, resultante de la dilapidación.
Luego se dieron una serie de sucesos que pasaron por la ruptura política con Correa y sus más serviles seguidores, y el destape de graves casos de corrupción que pusieron contra las cuerdas al Ex Vicepresidente, al Ex Contralor y a varios exfuncionarios de alto nivel.
Frente a ello, Moreno reaccionó bien y ante los desbordantes e indefendibles abusos de su antecesor, convocó a una consulta popular para que los ecuatorianos, mediante un C.P.C. Transitorio, enfrenten al perverso blindaje político construido por Correa para perpetuarse en el poder y evitar el control de sus actos y el de sus objetados colaboradores.
Adicionalmente, Moreno se ha mostrado respetuoso al diálogo nacional y ha dado muestras de apertura para que la economía convalezca.
A la par de todos estos aciertos, Lenín carga con graves errores, entre otros: no haber consolidado un plan económico para enfrentar la crisis; seguir rodeado de ministras correístas que persisten en defender a los gobiernos impresentables de Venezuela y Nicaragua; y, dejar de aplicar una auténtica austeridad fiscal.
Pese a ello, considero que haciendo sumas y restas, la gestión de Moreno tiene saldo positivo pero con muchísimas tareas pendientes. (O)