Narcocultura al asalto

Pablo Vivanco Ordóñez

De la hacienda portentosa salen despiadados, sin remilgo de humano y sin despecho de la vida a la caza de la mercadería prohibida que se escurre del control policial cuando no lo camuflan. Consienten a mano armada vencer las fronteras y vivir desde la gruta de la incertidumbre, para con fluidos de miedo navegando su cuerpo, vencerse a sí mismos y rendirle culto al padre, patriarca, macho, jefe del cártel que juega a tener un harem criollo.

La mujer, un objeto; la pistola, su extremidad; su Dios, un estornudo; la vida, ¿la vida? Soñaron con salir de pobres, y ahora sueñan con no morir acribillados sobre los papeles verdes que no le alcanzan para comprar más tiempo, más cariño sincero, más abrazos que no se vistan de traición.

El narcotráfico entra por las pantallas a la mayoría de hogares ecuatorianos, los siempre impolutos medios televisivos abren señales para que se transmitan como si fuesen héroes y victorias, las series y novelas que retratan la insignificante vida de narcotraficantes. Quienes ven (desde niños y jóvenes) creen que la venganza se cura con asesinato, la pobreza con lujo, y el vacío espiritual con dinero y abuso a la mujer.

La narcocultura está al acecho, por eso no es de sorprenderse, que niños del sistema educativo básico en el país crean como tipos ideales al narcotraficante, y las niñas deseen una vida junto a uno de ellos. Y digo que no es de sorprenderse, porque si usted, lector/a de estas líneas, muchas veces termina pensando cómo piensa quien le da la noticia, y defiende esa verdad aunque sea mutilada; los/as niños/as con menores filtros de conciencia y con poca armadura de experiencia, terminaran creyendo en la mafia y la droga.

Recuérdese que en redes sociales es famoso “Popeye” el exlugarteniente de Pablo Escobar, y da lecciones de moral y pulcritud. (O)

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