¿Conspirador a sueldo?

Gustavo Ortiz Hidalgo

La historia le atribuye a José María Velasco Ibarra, el caudillo que fue cinco veces presidente de la República, la frase que el vicepresidente es un «conspirador a sueldo»; como consecuencia, posiblemente, de sus experiencias personales con dos de quienes fueron, en periodos diferentes, sus vicepresidentes: Carlos Julio Arosemena Monroy y Jorge Zavala Baquerizo.

Nuestra Constitución parece sustentar jurídicamente la frase ya célebre del caudillo mesiánico; pues, en el artículo 146 dispone: «En caso de ausencia temporal en la Presidencia de la República, lo reemplazará quien ejerza la Vicepresidencia (…)», agregando en el segundo inciso: «En caso de falta definitiva de la Presidenta o Presidente de la República, lo reemplazará quien ejerza la Vicepresidencia por el tiempo que reste para completar el correspondiente período presidencial». En el segundo inciso del artículo 149, la Constitución ordena: «La Vicepresidenta o Vicepresidente de la República, cuando no reemplace a la Presidenta o Presidente de la República, ejercerá las funciones que ésta o éste le asigne».

En buen romance, las normas constitucionales dicen que si el presidente no le asigna funciones al vicepresidente, o lo «libera» de las que previamente le ha asignado, tendríamos a un funcionario público que recibe un sueldo del Estado por el solo hecho de esperar, «pacientemente», la posibilidad real de asumir la Presidencia de la República.

Ya tenemos al tercer vicepresidente de la República de la era Moreno: de nombre Otto y «de cuyo apellido no quiero acordarme». Luego de las tristes experiencias anteriores, la mayoría de los ecuatorianos aspiramos a que, por lo menos, Otto sea una persona honesta y que no se envuelva en escándalos de corrupción, que hacen repugnar la imagen del gobernante y debilitan nuestra endeble Democracia. (O)