Dictadura en Venezuela

Santiago Armijos Valdivieso

Pese a la condena de la comunidad democrática mundial, el indolente Nicolás Maduro se autoimpuso la banda de dictador de Venezuela. Lo hizo sin remordimiento, propio de alguien que carece de suficientes entendederas, en medio de un país destrozado en el que el olor a muerte, sangre y destrucción son el pan de cada día.

El problema es tan grave que la falta de alimentos, medicinas y seguridad ha provocado un terrible éxodo de millones de venezolanos hacia varios países de américa y del resto del mundo.

Para dimensionar el gravísimo problema venezolano que ya es también de toda Sudamérica, basta ver lo que está ocurriendo en nuestra ciudad de Loja en la que varias de sus calles céntricas y sitios de congestión de vehicular se encuentran ocupadas por numerosos ciudadanos llaneros que suplicantes mendigan por una moneda o un pedazo de pan, junto a sus pequeños hijos que con llantos lastimeros y desafiando el frío se exponen a las maldades de la calle. No obstante, prefieren aquello que sufrir los estragos de su patria en dictadura en la que alguna bala los espera en algún sitio, en la que la basura es mercado para encontrar comida y en la que hay menos hospitales y más cementerios.

Al igual que lo han hecho las democracias del globo terráqueo, el Ecuador ha hecho muy bien en no enviar delegación alguna a la toma de posesión del dictador venezolano y en respaldar la resolución de la OEA que desconoce su legitimidad. Es lo mínimo que nuestro país puede hacer frente a tan grotesca pesadilla que sigue hundiendo en la miseria a los hermanos venezolanos.

Ojalá que las naciones sigan uniendo fuerzas para que el brutal garrote madurista caiga pronto. Reconocer a Juan Guaidó como Presidente de Venezuela, designado por la Asamblea Nacional con sustento constitucional, sería un gran paso. (O)