Verdades que duelen

Jaime A. Guzmán R.

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En mis actividades públicas y privadas he vivido momentos duros, durísimos, pero nunca como el actual que ha calado hondo en mi alma.

Loja, como muchas otras ciudades del Ecuador y del mundo, en estos momentos enfrenta un gravísimo problema ocasionado por la pandemia del coronavirus que está cambiado el rumbo de nuestras vidas.

No menos alarmante ha sido y es la falta de caridad y solidaridad entre todos los ecuatorianos, escoltada de una curiosa actitud de culparnos los unos a los otros.

Asombra sentir, ver y oír un empeño inicuo de criticar todo y, sobre todo, de una falta alarmante de compasión, piedad, misericordia y fraternidad para con los familiares de los infectados, las personas vulnerables y para con los médicos, los militares y policías que se juegan la vida por nosotros.

Hay deberes morales que nos impone la vida y a cuyo estricto cumplimiento nos convoca nuestra propia conciencia, cualesquiera que sean las repercusiones que nos traigan aparejadas a nuestro espíritu. Este es uno de los más dolorosos que me ha tocado escribir y lo hago a pesar de que la tristeza que afecta mi alma y en forma tal que escurece mi mente y trastoca mi pensamiento, para condenar este perverso comportamiento que, aprisionado por el miedo, nos está invadiendo y llevando a un caos total.

Todas estas situaciones nos deben conducir a un solo puerto: unirnos para ayudar a quien más nos necesiten y así superar esta situación y vencer a este ácido que está carcomiendo implacablemente la vida de los seres humanos.

Para lograrlo hay que dejar de lado las diferencias de todo orden y luchar con caballerosidad, mesura y humanidad, sin dañar a nadie ni a nada. (O)