La perfección de los caracoles

Cuba
Marianne P. Sosa

No pertenecer a ninguna parte es la sensación del migrante o refugiado en el país que lo recibe, pero antes, también fue un extraño sin cabida en el país del que salió.

Irme de Cuba no era parte de mis planes ni a corto ni a largo plazo. Sin embargo, un día salí de La Habana a Caracas y algunos años después, crucé la frontera que separa a Venezuela de Colombia, rumbo a Ecuador. Parece fácil cuando se dice, pero detrás de cada una de mis aventuras hay una historia de pérdidas, de renuncia, de esperanza, de coraje… porque así es la historia de cada persona que sale de su país. Deja atrás la posibilidad de ser en el espacio físico que lo vio nacer para reconstruirse en otra tierra que le brinde las oportunidades que aquella le negó.

Pareciera que se despide de sus afectos más sublimes, de su hogar, de su familia, de su país, pero todo eso lo acompaña. Forma parte de ese equipaje invisible que se manifiesta en la comida que sirve en su mesa, en la música que escucha, en las fotos colgadas en la pared o en la ausencia de ellas, que es también una forma dolorosa de recordar lo que más extrañas. Y todo eso se funde con lo que te regala ese espacio que ahora habitas y crece dentro de ti un país nuevo donde se mezclan olores, melodías, sabores, cariños… entonces, es ahí donde perteneces, a ese universo intangible de esencias que te componen. Y creces, y alcanzas tus metas, y eres feliz pero nunca podrás ser tan perfecto como los caracoles.