Una democracia en riesgo

Paco Moncayo Gallegos

Los acontecimientos violentos que experimenta Latinoamérica, especialmente lo sucedido en Nicaragua, Venezuela, Colombia, Ecuador. Bolivia y Chile, ameritan una serena y profunda reflexión que supera el análisis estrecho de la seguridad nacional y de la eficiencia o no de la prevención y represión, para enfocarse en los desafíos y demandas de la democracia regional.

Después de miles de años de regímenes opresivos y de una explotación inmisericorde de las clases sociales subalternas, en estados esclavistas, feudales o en monarquías absolutas, el pensamiento liberal impulsó la necesidad de la división de las funciones del Estado, el imperio impersonal de la ley, la participación del pueblo en la elección de sus mandatarios, la alternancia en el ejercicio del poder y la protección de los Derechos Humanos.

La Revolución Americana y la Revolución Francesa llevaron a la práctica esos ideales que progresaron, lenta pero inexorablemente, hacia etapas cada vez más altas de libertad, racionalidad y dignidad. En Ecuador ese fue el legado imperecedero del general Eloy Alfaro.

La democracia no es perfecta y muchas veces provoca el desencanto en la población, por circunstancias de origen interno o internacional que ponen en duda la validez de sus principios. Entonces, los pueblos se acogen a soluciones rápidas y fáciles, ofrecidas por caudillos autoritarios y partidos totalitarios que crean efímeras etapas de progreso material que pronto desembocan en situaciones intolerables de atraso y opresión.

Así sucedió con la Alemania de Hitler, con la Italia de Mussolini, con la Argentina de Perón, con la España de Franco, con la Unión Soviética de Stalin y otros dictadores. Así sucedió también con la Venezuela de Chávez y con la llamada Revolución Ciudadana, en nuestro país.

Sí. La democracia no es un sistema perfecto; pero es perfectible y América Latina tiene que entender con claridad y actuar con celeridad para corregir las graves deficiencias de desigualdad, marginalidad y pobreza, que agobian a su población y degradan la calidad de sus democracias. Es un deber moral de las élites políticas, sociales y económicas trabajar para poner fin al estigma de ser el continente más injusto y por una relación de causa y efecto, el más violento del planeta.

[email protected]

Paco Moncayo Gallegos

Los acontecimientos violentos que experimenta Latinoamérica, especialmente lo sucedido en Nicaragua, Venezuela, Colombia, Ecuador. Bolivia y Chile, ameritan una serena y profunda reflexión que supera el análisis estrecho de la seguridad nacional y de la eficiencia o no de la prevención y represión, para enfocarse en los desafíos y demandas de la democracia regional.

Después de miles de años de regímenes opresivos y de una explotación inmisericorde de las clases sociales subalternas, en estados esclavistas, feudales o en monarquías absolutas, el pensamiento liberal impulsó la necesidad de la división de las funciones del Estado, el imperio impersonal de la ley, la participación del pueblo en la elección de sus mandatarios, la alternancia en el ejercicio del poder y la protección de los Derechos Humanos.

La Revolución Americana y la Revolución Francesa llevaron a la práctica esos ideales que progresaron, lenta pero inexorablemente, hacia etapas cada vez más altas de libertad, racionalidad y dignidad. En Ecuador ese fue el legado imperecedero del general Eloy Alfaro.

La democracia no es perfecta y muchas veces provoca el desencanto en la población, por circunstancias de origen interno o internacional que ponen en duda la validez de sus principios. Entonces, los pueblos se acogen a soluciones rápidas y fáciles, ofrecidas por caudillos autoritarios y partidos totalitarios que crean efímeras etapas de progreso material que pronto desembocan en situaciones intolerables de atraso y opresión.

Así sucedió con la Alemania de Hitler, con la Italia de Mussolini, con la Argentina de Perón, con la España de Franco, con la Unión Soviética de Stalin y otros dictadores. Así sucedió también con la Venezuela de Chávez y con la llamada Revolución Ciudadana, en nuestro país.

Sí. La democracia no es un sistema perfecto; pero es perfectible y América Latina tiene que entender con claridad y actuar con celeridad para corregir las graves deficiencias de desigualdad, marginalidad y pobreza, que agobian a su población y degradan la calidad de sus democracias. Es un deber moral de las élites políticas, sociales y económicas trabajar para poner fin al estigma de ser el continente más injusto y por una relación de causa y efecto, el más violento del planeta.

[email protected]

Paco Moncayo Gallegos

Los acontecimientos violentos que experimenta Latinoamérica, especialmente lo sucedido en Nicaragua, Venezuela, Colombia, Ecuador. Bolivia y Chile, ameritan una serena y profunda reflexión que supera el análisis estrecho de la seguridad nacional y de la eficiencia o no de la prevención y represión, para enfocarse en los desafíos y demandas de la democracia regional.

Después de miles de años de regímenes opresivos y de una explotación inmisericorde de las clases sociales subalternas, en estados esclavistas, feudales o en monarquías absolutas, el pensamiento liberal impulsó la necesidad de la división de las funciones del Estado, el imperio impersonal de la ley, la participación del pueblo en la elección de sus mandatarios, la alternancia en el ejercicio del poder y la protección de los Derechos Humanos.

La Revolución Americana y la Revolución Francesa llevaron a la práctica esos ideales que progresaron, lenta pero inexorablemente, hacia etapas cada vez más altas de libertad, racionalidad y dignidad. En Ecuador ese fue el legado imperecedero del general Eloy Alfaro.

La democracia no es perfecta y muchas veces provoca el desencanto en la población, por circunstancias de origen interno o internacional que ponen en duda la validez de sus principios. Entonces, los pueblos se acogen a soluciones rápidas y fáciles, ofrecidas por caudillos autoritarios y partidos totalitarios que crean efímeras etapas de progreso material que pronto desembocan en situaciones intolerables de atraso y opresión.

Así sucedió con la Alemania de Hitler, con la Italia de Mussolini, con la Argentina de Perón, con la España de Franco, con la Unión Soviética de Stalin y otros dictadores. Así sucedió también con la Venezuela de Chávez y con la llamada Revolución Ciudadana, en nuestro país.

Sí. La democracia no es un sistema perfecto; pero es perfectible y América Latina tiene que entender con claridad y actuar con celeridad para corregir las graves deficiencias de desigualdad, marginalidad y pobreza, que agobian a su población y degradan la calidad de sus democracias. Es un deber moral de las élites políticas, sociales y económicas trabajar para poner fin al estigma de ser el continente más injusto y por una relación de causa y efecto, el más violento del planeta.

[email protected]

Paco Moncayo Gallegos

Los acontecimientos violentos que experimenta Latinoamérica, especialmente lo sucedido en Nicaragua, Venezuela, Colombia, Ecuador. Bolivia y Chile, ameritan una serena y profunda reflexión que supera el análisis estrecho de la seguridad nacional y de la eficiencia o no de la prevención y represión, para enfocarse en los desafíos y demandas de la democracia regional.

Después de miles de años de regímenes opresivos y de una explotación inmisericorde de las clases sociales subalternas, en estados esclavistas, feudales o en monarquías absolutas, el pensamiento liberal impulsó la necesidad de la división de las funciones del Estado, el imperio impersonal de la ley, la participación del pueblo en la elección de sus mandatarios, la alternancia en el ejercicio del poder y la protección de los Derechos Humanos.

La Revolución Americana y la Revolución Francesa llevaron a la práctica esos ideales que progresaron, lenta pero inexorablemente, hacia etapas cada vez más altas de libertad, racionalidad y dignidad. En Ecuador ese fue el legado imperecedero del general Eloy Alfaro.

La democracia no es perfecta y muchas veces provoca el desencanto en la población, por circunstancias de origen interno o internacional que ponen en duda la validez de sus principios. Entonces, los pueblos se acogen a soluciones rápidas y fáciles, ofrecidas por caudillos autoritarios y partidos totalitarios que crean efímeras etapas de progreso material que pronto desembocan en situaciones intolerables de atraso y opresión.

Así sucedió con la Alemania de Hitler, con la Italia de Mussolini, con la Argentina de Perón, con la España de Franco, con la Unión Soviética de Stalin y otros dictadores. Así sucedió también con la Venezuela de Chávez y con la llamada Revolución Ciudadana, en nuestro país.

Sí. La democracia no es un sistema perfecto; pero es perfectible y América Latina tiene que entender con claridad y actuar con celeridad para corregir las graves deficiencias de desigualdad, marginalidad y pobreza, que agobian a su población y degradan la calidad de sus democracias. Es un deber moral de las élites políticas, sociales y económicas trabajar para poner fin al estigma de ser el continente más injusto y por una relación de causa y efecto, el más violento del planeta.

[email protected]