Vive en medio de los muertos

DETALLE.  Pide que se lo ayude a conseguir un lugar donde vivir.
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QUEVEDO

El frío de una tumba no solo es la última morada de un ser que partió de este mundo; sino también el refugio de Jorge Carlos Cedeño López, un hombre de 55 años de edad, quien lleva viviendo dentro del cementerio general de Quevedo 15 meses.

Allí lo encontramos una mañana lluviosa mientras caminábamos por los lúgubres pasillos del camposanto. Su presencia más allá de causarnos miedo nos llamó la atención. Se lo veía fresco y calmado.

Caminaba con serenidad entre aquellas lápidas viejas y sucias. Se abría paso entre ellas como que si conociera perfectamente los ‘laberintos’ de aquel tétrico lugar. Nos preguntábamos qué hacía ahí, solo y tan temprano. La curiosidad nos pudo más y de inmediato le consultamos sobre su presencia en aquel sombrío sitio. Sin demora alguna dijo: “Aquí vivo, esta es mi casa”.

Aquellos nos hizo dudar un poco: ¿cómo una persona podía vivir en el cementerio, entre tantos muertos? Pero antes de que se lo preguntáramos, nos invitó a conocer su ‘hogar’.

Sin dudarlo aceptamos. Nos abrimos paso entre las frías tumbas y empezamos a adentrarnos entre los más recóndito del lugar hasta que llegamos a un sitio donde parecía que no había salida. El miedo nos invadió. Allí, un cordel de alambre, desde donde colgaba una camiseta azul con rayas blancas, nos daba la bienvenida. Y un olor desagradable nos acogió.

Entre seis cuerpos de bóvedas, nos mostró la suya: era su ‘casa’. Al preguntarle dónde dormía dijo que en uno de los nichos de la parte alta porque allí se sentía seguro. Es el inquilino ‘estrella’ de aquel lugar donde se respira a muerte y el silencio es su único acompañante.

No tiene miedo a lo que puede haber. Se acostumbró a pesar de haber sentido la muerte de cerca y de haber visto a seres extraños con mitad cuerpo de hombre y mitad de caballo.

Allí pasa 10 horas de su vida, pues arriba a las 19:00, escala varias bóvedas y tras largas peripecias logra llegar hasta su ‘habitación’ donde lo espera un colchón viejo, sucio y fino.

Dentro de esa bóveda de 65 centímetros de alto, 75 de ancho y 2.15 de largo, ha hecho su vida y conserva junto a su vestimenta varios sobres de papel. No siente pena vivir ahí pues cree que es mejor que dormir en la calle. “Es más seguro”, recalca.

‘Don Carlos’, conoció lo duro que son las calles desde que tenía 14 años de edad. Cinco años atrás vio por primera vez la muerte de cerca cuando recibió una bala de metralleta en su columna. Eso le dejó graves secuelas pues su pierna derecha no funciona como quisiera pero si la bala es retirada el líquido raquídeo podría regarse y dejarlo paralitico de por vida. “prefiero estar así”, argumenta.

Dolor

La segunda vez que vio la muerte, y que asegura fue la ocasión que la vida le cambio ,fue hace 15 meses cuando apenas había llegado a vivir en el cementerio y en una mala maniobra cayó de una bóveda encima de una cruz.

“Morí y Dios me dijo que si yo le servía él me devolvía mi cuerpo y me hacía volver a la tierra”, cuenta con asombro. Desde entonces se ha ido alejando del vicio de la droga y ocupa su tiempo trabajando en lo que más pueda.

Ahora mismo cuida carros en la Terminal Terrestre y allí lo considera su lugar de trabajo. Siente que por su carisma se ha ganado la amistad y el respeto de la gente pero aún considera que le falta algo en su vida. Aunque tiene pasaporte cree que Dios dispondrá el día en el que debe dejar el país.

Aunque se acostumbró al ritmo de vida que lleva, aspira poder encontrar una mano amiga que lo ayude a salir del frio de la bóveda donde habita.

Anhela construir una vivienda en la que pueda vivir con dignidad como cualquier otra persona y estar lejos de los lúgubres pasillos y tétricas bóvedas “hay gente que tiene solares vacíos y llenos de maleza causando malestar antes que donarlos”, dice.

Y allí, en aquel sitio en el que pareciera que no hay espacio para un ser más, se esconde la historia real de una hombre que considera al cementerio su ‘hotel 5 estrellas’ (MZA)

CIFRAS

55 AÑOS de edad tiene el hombre.