Virus de odio

Antonio Guterres, experimentado político portugués, además de pertenecer al Club de Madrid constituido, mediante alianza de liderazgo, por expresidentes y primeros ministros democráticos de varios países, desde el 1 de enero del 2017 es el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Este alto funcionario, al relievar la trascendencia de la victoria aliada en contra de la barbarie de los nazis y el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, el 8 de mayo de 1945, cuyo 75 aniversario se conmemoró hace pocos días sin el despliegue humano y de promoción que debía hacerse, por el coronavirus, expresó que “debemos actuar ahora para fortalecer la inmunidad de nuestras sociedades a fin de erradicar el virus del odio”.

Se refirió a las manifestaciones de xenofobia que se han desatado en el planeta, debido a las tensiones y realidades producidas por el Covid-19. Estas inclinaciones nada recomendables han ido también en desmedro de las personas de la tercera edad, que se encuentran entre las víctimas más vulnerables de la pandemia, sobre las que han caído sugerencias en el sentido de que son “las más prescindibles”, como si los viejos fueran un estorbo dentro de las naciones, las que los deben honrar por su experiencia, sabiduría y testimonio de vida; estas personas merecen gratitud y no ser señaladas como material de desecho.

Estos pronunciamientos desdicen de la racionalidad que debe caracterizar a los seres humanos: inmolar a los semejantes por el “delito” de ser ancianos no pasa de ser una torpeza supina, regresión incalificable. Por tanto, debe hacerse todo lo contrario, brindarles la mayor de las protecciones y respeto absoluto, debido, precisamente, a la fragilidad ocasionada por el paso de los años, que no debe ser motivo de ludibrio sino de homenaje permanente y sin discusión.

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