Sin saber que ganaron

Siempre es bueno recordar cuán injusta e incorrecta fue, en su inicio, la dolarización que emprendió Ecuador. Cuando el Estado ecuatoriano decidió incautar los sucres de los ecuatorianos para devolverles, en dólares, una cantidad muchas veces menor, no perjudicó a los pobres, que no tenían ahorros, ni a los pudientes, que tenían su riqueza en activos. Castigó a quienes habían cometido el pecado de creer que ahorrar es bueno y de confiar en la palabra de las autoridades.

Gran parte de quienes sufrieron ese golpe, del que muchos jamás se recuperarían por completo, eran personas urbanas, educadas y protagónicas, que generaban ruido y convulsión en la sociedad. ¿Por qué no pudieron revertir esa medida? ¿Por qué la población toleró del Estado semejante expolio tan extenso? Lo que pasa es que la voz de los perjudicados, pese a que era válida, fue opacada por la de los beneficiados, que a mediano plazo fueron muchísimos más. La dolarización fue una medida injusta que sepultó a muchos, pero que al mismo liberó a multitudes, y estas se encargaron y se encargan hasta hoy de defenderla a ultranza. No necesitó balas, amenazas ni propaganda para imponerse.

Muchos ecuatorianos sufrirán inmensamente con la liberalización laboral que ha sido aprobada, con la reducción del Estado que empieza y con la inevitable apertura comercial que nos espera. No obstante, apenas cerca del 35 de los ecuatorianos tienen un empleo adecuado (una quinta parte trabaja en el sector público); una porción grande, pero minoritaria. El resto de la población económicamente activa ha estado por décadas condenada a la precariedad y a la incertidumbre, que, sin embargo, sobrellevó con encomiable estoicismo. Son la mayoría. No tenían casi nada y ahora podrán tener algo más. Serán los beneficiados y serán quienes defiendan y sostengan al Ecuador liberalizado, tal y como sucedió con la dolarización. Sus conquistas pesarán más que los justos reclamos de la minoría que hoy se ve y se verá aun más perjudicada.

En este momento el futuro del país parece siniestro porque solo vemos y escuchamos a quienes pierden. No alcanzamos a ver a la inmensa cantidad de beneficiados que surgirán a mediano plazo; que ganaron, pero aún no lo saben.

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