XAVIER MORÁN FERNÁNDEZ
Entre las diversas tertulias que solía mantener con Jorge Luis Valverde Cuenca, siempre me quedó en la retina aquella noche calurosa de octubre, en la bella ciudad de Machala, cuando entre otros temas, empezamos a platicar y concluir acerca de la vida. Vale aclarar que en nuestros tiempos de juventud que no son tan lejanos, a pesar de nuestra nobel edad, ya habíamos experimentado diferentes facetas y teníamos historias o anécdotas en común que hicieron que esa amistad se acrisole y dure a través de las circunstancias, el tiempo y el espacio que nos rodea; atónitos, con temor de hablar y al final sonrientes de develar un secreto que para entonces nuestros padres no imaginaban, nos confesábamos que acabábamos de ser padres, de ahí surgió el meditar acerca de lo que para nosotros es la vida.
Antes de este episodio y confesión mutua, nos manteníamos en la idea de que debíamos experimentar y disfrutar nuestra juventud, nuestra importancia era el explorar, el viajar, el navegar y llevar en nuestra barca una compañera de ruta de la que estábamos seguros en el primer puerto desembarcaría, porque de algo si nos distinguíamos, siempre respetábamos la voluntad y decisiones de terceros.
Pero esa plática nos dejó marcados y empezamos a cambiar las prácticas de nuestra existencia, no era el hecho de él llegar a ser padres lo que replanteaba la vida, no, había algo más profundo, era el anhelo de soñar en forjar unos seres que más allá de sentir orgullo por sus padres, estos se sientan orgullosos de sí mismos y tengan en mente que la felicidad idónea la sientes cuando en todas las caras existe el brillo de la alegría y el amor.
Desde esa ocasión cada cual empezó a labrar un camino, a tiempo nos dimos cuenta que el cambiar nuestro destino también es el construir un legado para la sociedad.
Me congratula saber que esa semilla la estamos fecundando de la mejor manera, sé que desde algún lugar del universo Jorge Luis, mi hermano, mi amigo; hace su aporte, sonríe y permanece atento.