Creo que son estos los momentos que debemos reflexionar y actuar en función de nuestra ciudad, del Cantón que requieren de la participación activa de todos, sin excepción.
Somos parte de la comunidad que habita y comparte en sus espacios; hemos edificado nuestros hogares, hemos visto crecer a la familia, hemos creado y cultivado amistades; aquí es donde trabajamos y luchamos por asegurar bienestar a los nuestros a quienes hemos inculcado el amor al lugar natal, la identificación con sus raíces, su historia y sus personajes. Aquí hemos visto nacer, crecer y morir generaciones. Hemos visto y hemos sentido el afecto fraternal que lleva el Latacungueño en su corazón.
Puede ser que ahora “los tiempos hayan cambiado”, que las urgencias del sistema que impera, de corte materialista, y el individualismo a ultranza, nos estén quitando las buenas costumbres, y afectando al honor que significa ser Ciudadano Latacungueño, sólo por el hecho de tener para ser.
Los hijos de este terruño no tenemos nada que esconder ni demostrar; nos conocemos todavía por las herencias de honor y dignidad que recibimos de nuestros padres y antepasados, por las capacidades intrínsecas, valores morales y éticos, intelectualidad, civismo, templanza y fortaleza que no nos pueden quitar advenedizos ni aventureros, que huyen, corren o se esconden cuando son descubiertos o sienten el primer sacudón del viento.
Aquí estamos los Latacungueños y nos mantenemos, pensando en el futuro de nuestra ciudad, que es la de nuestros hijos, preparándonos para enfrentar los acontecimientos, por más duros que sean, producidos por la Naturaleza o por el ser humano, por los malos políticos que ofenden la confianza que el Pueblo algún momento les dio y que también son perfectamente identificados;
aquí estamos como hace miles de años, como en 1.877, como en 1.949, como ahora, y seguiremos, levantándonos sobre las cenizas, si es del caso, para ser mejores, luchar y vencer, con el amparo Divino y la protección de la Madre Mercedaria, la Virgen del Volcán.