Los migrantes hacia Europa

Millares de migrantes huyen de Siria ante la represión violenta del dictador contra los disidentes que reclaman un gobierno respetuoso de los Derechos Humanos, llegan diariamente a Grecia por el mediterráneo, atravesando Turquía, para alcanzar en Europa un refugio. Los medios de comunicación escritos y la televisión nos informan diariamente sobre los dramáticos sucesos en esta travesía.


Las precarias embarcaciones han dejado lugar a naufragios y a la muerte de unos 3.440 migrantes. A esto se suma la imposibilidad de atravesar ciertos países europeos, como Hungría, que ha impedido su paso para alcanzar Alemania, meta de los refugiados.


Se trata de un número que supera los 650 mil migrantes llegados a Grecia por vía marítima. La fotografía de un niño muerto y tirado en una playa, que ha recorrido el mundo, fue el símbolo de esta dura travesía, huyendo de la represión que deja ciudades destruidas en Siria como consecuencia de la pasión por el poder de su gobernante.


En Europa se está tratando de alcanzar un acuerdo para distribuir el número de migrantes entre las diversas naciones, según la posibilidad de cada una. Hasta ahora son 15 países que han propuesto lugares de acogida para algo más de 2.300 personas. Sin embargo, el número de los que buscan refugio parece que supera las posibilidades del conjunto de la Unión Europea para dar asilo. Esto requiere precisión en los cálculos que deben hacerse.


Del otro lado comienzan a manifestarse síntomas de xenofobia que deben tomarse muy en cuenta para que dichas actitudes no se extiendan. Tiene también importancia en la política gubernamental que debe orientarse hacia el bien común fuertemente perturbado por tantas corrientes contradictorias entre sí.


Es el momento de detenerse a reflexionar lo que leemos en la Sagrada Escritura, en el Salmo 84: “La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron. La verdad subió de la tierra y la justicia llegó del Cielo”. Es la verdad que acabamos de describir. En cambio, la justicia divina es la condición de la paz y de la felicidad, según el comentario de la Biblia de Jerusalén.


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