La familia en peligro

Convencido de la importancia de la familia para mantener no solo la cultura de un pueblo y la cohesión de la sociedad, sino para impedir que la humanidad caiga en usos y costumbres destructivos, regreso sobre el tema. Parafraseo a Saint-Exupéry: “Estoy impulsado por el sentimiento de la urgencia”. Para mañana es tarde, pues hemos descuidado la protección de la familia con total irresponsabilidad y hemos permitido su planificada erosión.


Desde el siglo XIX se perciben las estrategias para minar a la familia y fortalecer al individuo desarraigado y sin sentido de la vida, sin convicción de pertenencia. Se han propiciado relaciones personales sin fidelidad y se ha impuesto la noción de amor perecedero y con protagonistas cambiables. No por casualidad en ese siglo nació el nihilismo: nada tendría valor ni significado permanentes.

Con la evolución se cometió el abuso de colocar la animalidad como modelo de lo humano.


Por todos los caminos se busca desvincular a las personas de su familia, de sus creencias, hasta de su patria en cuanto lugar de tradiciones propias.

Todo ello es un síntoma grave del proyecto de acabar con nuestra historia espiritual, cuyo eje ha sido la familia, solo en ella nuestras gentes, sencillas o sofisticadas, se han sentido amparadas contra las avalanchas deshumanizantes.

Al destruir a la familia, también quitándole su búsqueda de seguridad económica, poca o mucha pero transmitida de padres a hijos, se masifica a la población. Se transforma a la familia en piara consumista, cuando no en jauría caníbal.


Se aniquilan las tradiciones, entre ellas la presencia guiadora de los padres, para convertir al Estado en el Gran Padre conductor, cuyo poder se vuelve omnipotente: crea valores, inventa festejos, condiciona conductas, impone proyectos.

Sin darse cuenta ya no son los padres quienes deciden la formación de los hijos, sino ese ente impreciso que gobierna para satisfacer intereses ocultos, para ello destruye la base de la fortaleza defensiva: la familia. Pero pareciera que nos ha ganado la ceguera a todos. Y la mudez.

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