Las raíces de la corrupción

Jaime Duran Barba

La corrupción no existe porque la gente es mala, ni se combate con el terror. Los países más transparentes no son los que tienen leyes más duras en contra de este flagelo, ni los que han vivido experiencias como el Lava Jato.
Son sociedades que funcionan sobre la base del consenso, en las que la gente sabe que el respeto al otro y a las normas es la base de una sociedad mejor. En nuestra anterior columna nos referimos a los países nórdicos, que, según todos los estudios, son los menos corruptos del mundo y al mismo tiempo los menos represivos.

La corrupción no es causa del subdesarrollo, sino fruto de sociedades en las que no se respetan las normas, impera la ley de la selva y cada uno hace lo que le viene en gana. En la sociología se desarrolló el concepto de anomia para referirse a estas situaciones en las que la falta de respeto a las instituciones y al otro hace que la corrupción parezca natural.

Está instalada la idea de que cada uno puede hacer cualquier cosa, sin respetar a los demás, porque hay un pasado violento que lo justifica. Hace treinta años hubo violencia en muchos sitios del mundo, pero no sería lógico que Vietnam caiga en la inmovilidad porque los occidentales de esa época mataron a cinco millones de personas en una invasión absurda.

Si no combatimos la anomia, si la mayoría festeja la “viveza” de los que rompen las normas, se ríe del ataque a los otros y teme detener los atropellos en contra de los demás, nunca tendremos una sociedad transparente. Allí están las raíces de la corrupción.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

La gente sabe que el respeto al otro y a las normas es la base de una sociedad mejor.