De cepillos o aduladores

Luis Fernando Revelo

Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le dijo Aristipo: – “Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas”. A lo que replicó Diógenes:

– “Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey”.

Indudablemente la adulación es un veneno que corroe la integridad del ser humano. Con la lisonja afloran las alabanzas en forma bien calculada buscando halagar al otro con fines preconcebidos. En el lenguaje coloquial se utilizan como sinónimos: cepillar, lambisconear, lagartear, esbirrear… Para la gente con poca dignidad, el “cepillar” constituye un mecanismo para congraciarse con el otro. Es tan ruin que empalaga, conduce al descrédito, empobrece al que la recibe. Es el recurso de la incompetencia y el abrigo de la inseguridad.

Cuántos líderes se erigen como dueños de la verdad absoluta, muy a sabiendas de que están equivocados, pero no faltan los esbirros, dispuestos a respaldarlos, aunque hayan cometido los errores más censurables. Octavio Paz, en su Laberinto de la Soledad, enfatizó: “El servilismo ante los poderosos especialmente entre la casta de los «políticos», es una de las deplorables consecuencias de fidelidades interesadas”

¡Cuidado, con los aduladores¡ Piensa dos veces antes de creerles. Hay que dar más peso a los que critican constructivamente. Es recomendable rodearse de personas con visión que encapsularse en una realidad que no existe. Solo por congraciarse te dirán que las lagartijas vuelan tal y como volaban los cocodrilos del cuento.

Lo dijo Plutarco: “No necesito amigos que cambian cuando yo cambio, y asienten cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor”.