La lista de los empresarios

Daniel Marquez Soares

Los rumores han terminado concediéndole a la supuesta ‘Lista de Odebrecht’ una estatura mítica: una bula salvadora que pondrá en evidencia a los corruptos del antiguo régimen. Todos aguardan ansiosamente esa lista en que un poderoso empresario privado corrupto confiesa quiénes son sus políticos cómplices. Pero, ¿dónde queda la otra lista? Sería necesario, y delicioso, contar con una lista en que, al revés, un poderoso político corrupto señale a sus empresarios cómplices.

La Operación Lava Jato que condujo la justicia brasileña no arrancó con el objetivo de cazar políticos corruptos, sino como una investigación de irregularidades del sector privado. Sus primeras bajas fueron financistas y empresarios.

Antes de lanzarse por los políticos, Sergio Moro y su equipo se ensañaron con los empresarios corruptos y los administradores de las empresas estatales; solo después fueron por los políticos. Insistieron siempre en que estos empresarios y administradores debían ser castigados por la forma en que su injerencia corrompió y pervirtió el sistema político. Es el mismo motivo por el que muchos países desarrollados persiguen a empresas que corrompen a gobiernos extranjeros. Saben que, a la larga, un sistema privado corrupto destruye el progreso, el comercio y la democracia.

Si el anterior ha sido el gobierno más corrupto de la historia, sería hermoso saber cuáles fueron las empresas, nacionales y extranjeras, pequeñas y grandes, que lo patrocinaron; saber, en detalle, cuánto pagaron y cuánto ganaron (valores que, a la larga, pagan los ciudadanos). Sin embargo, eso no parece importarnos tanto. Despreciamos a los políticos y burócratas corruptos mientras somos indulgentes con los empresarios corruptos que pululan por el país.

Si pudiéramos poner a estos empresarios en el banquillo de los acusados, seguramente se justificarían diciendo que el país es así, que es eso o no tener trabajo, que pese a todo dan un buen servicio y que generan empleo. En el fondo, esa forma de pensar, tan común entre nosotros, nos recuerda que, como sociedad, muchas veces carecemos de la autoridad moral para juzgar a los políticos sucios.

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