¿Y por qué solo Lula?

Alejandro Tagliavini

Desde hace mucho tiempo, la corrupción no es exclusiva de países sub desarrollados sino preocupante en la primera potencia mundial. “Prueben que soy corrupto e iré caminando a la cárcel” aseguraba Luiz Inácio Lula da Silva, el ‘hijo de Brasil’ como lo llamó una película sobre su vida. Lula encarnó hasta hoy, cuando recibe una condena a 9 años y medio de prisión por corrupción pasiva, el sueño de millones de brasileños. Nacido en 1945, en el empobrecido nordeste, emigró con su madre y siete hermanos a Sao Paulo siguiendo a su padre, un campesino analfabeto y alcohólico que tuvo 22 hijos con dos mujeres.

Vendió naranjas y tapioca, a los 15 años empezó a trabajar como tornero y llegó a presidir el sindicato metalúrgico. A comienzos de los 80 participó en la fundación del Partido de los Trabajadores y llegó a la presidencia de Brasil en 2002 y, con un programa mucho más moderado de lo que se esperaba, se mantuvo en el poder durante ocho años. Le atribuyen haber sacado de la pobreza a 28 millones de personas dejando el Gobierno con un 87 % de popularidad, récord en su país.

“En Brasil solo me supera Jesucristo”, llegó a decir Lula a quien Time dedicó una portada como el líder más influyente del mundo, y diarios como Le Monde o El País lo nombraron ‘Hombre del año’. En fin, resulta sintomático que haya recibido tanto apoyo quién hoy es el primer expresidente condenado por corrupción en su país.

Lula confía en que su condena pueda revertirse en segunda instancia y ser candidato presidencial en 2018. Irónicamente, quienes se alegran porque el izquierdista ‘hijo de Brasil’ quede fuera de la política podrían terminar lamentándolo, ya que el principal beneficiado es Jair Bolsonaro -segundo en las encuestas- un exmilitar de exabruptos machistas, sexistas y autoritarios.
Dice la Real Academia que corromper es “alterar y trastrocar la forma de algo”. Y dice la metafísica aristotélica que la violencia es aquello que altera o trastoca la naturaleza de alguna cosa. O sea que la violencia corrompe, necesariamente.

Entonces, el Estado, en tanto usa su monopolio de la violencia, es necesariamente agente corruptor. Así, cualquier funcionario que tiene la facultad de decidir sobre la aplicación de una norma coactiva, está llamando a la corrupción. Por tanto, no es casual que los países donde hay más libertad -menos coacción estatal- sean los menos corruptos.

*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California