Moreno en caída

Daniel Márquez Soares

La pelea entre el presidente, Lenín Moreno, y el expresidente Rafael Correa entrará a la antología de los procederes más irracionales de nuestra historia política. Dos hombres que se necesitaban a toda costa optaron por despedazarse en nombre de los complejos. Para Correa, Moreno fue el único candidato que pudo salvarlo de la persecución que hubiese implicado una victoria de la derecha y el último dique que lo protegía de las investigaciones contra su régimen. Para Moreno, en cambio, condenado a una gestión que consistirá íntegramente en reparar desastres que otros causaron, Correa era la única garantía de apoyo mayoritario en tiempos aciagos.

Poco gallardo, Moreno esperó a que Correa se fuera del país para empezar a hablar contra él. El expresidente, a su vez, ha optado por la pequeñez de disparar demenciales y venenosas ráfagas de Twitter. En el fuego cruzado, Correa solo se juega su prestigio, algo muy importante para él, pero insignificante para la población; mientras, Moreno tiene que gobernar un país entero, por lo que su debilitamiento es peligroso para todos.

El Presidente cree que su manía conciliadora y amigable lo salvará. Actúa de forma complaciente e indulgente con los empresarios, los medios, los partidos y demás poderosos a los que Correa humillaba. Moreno parece fascinado con esa argolla, como si quisiera fervientemente volver a ser parte de ella o, al menos, disculparse por haber sido parte del régimen que la marginó y ofendió, y nada como la cabeza de Correa para reconquistar su beneplácito. No entiende aquello que Lucio Gutiérrez ignoraba y que Alianza PAIS tenía muy claro: que con nuestra oligarquía se puede a lo sumo hacer negocios desde una posición de fuerza, pero que cuando uno intenta congraciarse con ella de forma dócil lo único que conquista es su desprecio, ya que solo es grata y leal con aquellos con los que tiene lazos de sangre.

No hay fuerza más cruel que la aritmética y la crisis obligará a Moreno, flanqueado por correístas y oligarcas, a tomar medidas durísimas. Odiado por unos y desdeñado por otros, su soledad será total cuando se dé cuenta de que a todos les caía bien, pero que nadie estaba dispuesto a jugársela por él.

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