Mentiras y omisiones

Carlos Freile

No pasa un día en que no haya en los medios de comunicación alguna mentira (así como suena) u omisión en referencia a la Iglesia Católica, la cual se ha covertido para los seguidores de las opiniones políticamente correctas en el gran monstruo de la Historia. En este artículo tocaré dos adulteraciones de la verdad histórica, ambas aparecidas el día 30 de este mes (escribo el 31).

La primera: Escribe una connotada articulista en un diario nacional porteño: “la Iglesia católica tiene un pasado nefasto en la inquisición y los millones de seres humanos torturados y quemados, gran parte de ellas mujeres consideradas brujas peligrosas. Todo para que la luz de la fe brille pura…” Cualquier especialista actual en el tema rechazaría esta afirmación por falsa, proviene de fuentes descartables no solo por las falsificaciones o la ignorancia, sino por los prejuicios y los odios. A la mentira se une la consabida omisión: Quienes mataron innumerables brujas fueron los protestantes, tanto en el Norte de Europa como en las 13 Colonias Americanas.

La segunda: El Gobierno Nacional ha escogido a Fernando Daquilema como su segundo icono para figurar en las dependencias públicas; en la presentación que de él se hace y que apareción en prensa nacional se lee, entre otros puntos por lo menos dudosos: “En esa época solo los indígenas debían pagar diezmos y tributos a la Iglesia católica, lo que consideraban injusto”. No se sabe de dónde sacaría tamaño disparate quien lo escribió. La verdad, y cualquiera lo puede comprobar, es que el diezmo lo cobraba el Estado desde la Colonia (de allí todos los proyectos de “sustitución del diezmo”, incluido el de García Moreno). Todos los productores agrícolas y ganaderos, grandes y pequeños, pagaban el diezmo (el auge de la producción de cacao volvía difícil para el fisco su sustitución). Desconozco, a pesar de los muchos años de investigación, la existencia de otros tributos pagados solo por los indígenas a la Iglesia.

Debo plantear una pregunta, por lo menos: ¿A qué se debe esta católicofobia en un país como Ecuador?

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