No al armamentismo nuclear

EDGAR QUIÑONES SEVILLA

Un potente ensayo nuclear ha llevado a cabo en este comienzo de semana Corea del Norte, al cual los dirigentes de ese país han señalado como una bomba de hidrógeno, provocando que los delegados del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), lleven a cabo una sesión para condenar el proceder de los asiáticos. La posición de los cinco grandes y los restantes diez países del organismo de control de la ONU, podría calificarse de justa, si es que se hubiese procedido igual cuando otros estados actuaron de manera similar.

Se trata de que, desde que los Estado Unidos hicieron detonar las dos primeras bombas nucleares en Japón, en 1945, acto que condujo a la terminación de la segunda guerra mundial, todo el planeta se pronunció porque tal cavernario proceder no se volviese a repetir y Albert Einstein, el sabio judío-alemán que contribuyó a la elaboración de la terrible arma, se pronunciase porque se tenga en cuenta que una tercera guerra mundial sería la última, porque ningún humano sobreviviría a ella.

Si las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU hubiesen sido acatadas por todos, desde 1945, tiempos ha que tuviéramos un mundo mejor, porque la incalculable cantidad de millones de dólares empleados por las grandes potencias -y por algunas pequeñas como Israel y Corea del Norte- en la elaboración de armas convencionales y atómicas, se hubiese contado con los recursos monetarios requeridos para descubrir la cura de la mayor parte o totalidad de las enfermedades ahora existentes, así como lo necesario para alimentar, educar, dotar de vivienda confortable y proporcionar sana recreación a todos los habitantes de la tierra.

Las Naciones Unidas deben obligar a Corea del Norte a abandonar su programa nuclear, pero a la vez deben hacer lo mismo con Rusia, Reino Unido, Estados Unidos, Francia, China, Israel, Irán y todos aquellos estados que irrespetan a los países pequeños y tratan de imponerles su forma de vida, que generalmente es en perjuicio de los más débiles del planeta.

Los hombres y mujeres del orbe claman por la paz, por su derecho a gozar de los bienes naturales existentes y del producto del trabajo de todos y cada uno de los seres racionales. Si la ONU no es capaz de imponer paz, equidad y respeto, aconsejable sería que se crease una nueva entidad con capacidad para velar por la suerte de los humanos y especies diversas que ocupan la tierra.