Ser migrante…

Roque Rivas Zambrano

Hace 42 años tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida: dejar mi casa en Manabí -y a mi familia- para estudiar en Quito. Empleé los ahorros que tenía y, en busca de mejores oportunidades de formación profesional, emprendí una aventura que me trajo satisfacciones pero, a la vez, sacrificios y momentos en los que hasta conseguir qué comer era un desafío.

Las dificultades que enfrenté en mi juventud provocaron que sienta empatía hacia quienes se desplazan, abandonando todo lo que tienen o lo que más aman, para poder cumplir sueños o mejorar sus condiciones de vida.

Todos somos migrantes, en algún punto. Si revisamos la historia de nuestros padres, abuelos, antepasados, encontraremos que también se movilizaron y que, incluso, algunos eran nómadas. Comprobarlo nos llevará a concluir que somos el resultado de distintas circunstancias, lugares, culturas y costumbres. Por lo tanto, adoptar posiciones nacionalistas radicales y de odio hacia quienes no pertenecen al mismo espacio geográfico es un absurdo.

En estas semanas ese absurdo se ha replicado en las redes sociales, luego de que unos videos en los que mujeres venezolanas opinan sobre los ecuatorianos se volvieran virales. Los comentarios emitidos por las chicas desataron una ola de insultos y de violencia, que pone en evidencia un grave problema de xenofobia en el país.

El resultado es la agresión a personas que laboran informalmente, que huyen de una situación económica y política difícil, y una sociedad histérica que se reafirma en sus complejos. Los medios de comunicación tienen una fuerte responsabilidad frente a este problema, y a la migración en general, pues todo aquello que difunden en sus plataformas genera opinión pública y fomenta (o no) una convivencia más tolerante con las diferencias…

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