La xenofobia de los ecuatorianos

Carlos Freile

Nuestro primer presidente, Flores, fue venezolano. Rocafuerte, Urvina, García Moreno, Alfaro, hijos de español. Plaza Gutiérrez de colombiana. Arroyo, de colombiano… Siempre hemos recibido a los extranjeros con los brazos abiertos: los soldados de la Independencia recibieron la ciudadanía (y tierras); a mediados del siglo XIX en Guayaquil el 10% de la población era de origen peruano; en esa misma época llegaron un buen número de colombianos a la Sierra Centro (y no querían pagar impuestos por la cascarilla); muchos oficiales del ejército alfarista eran extranjeros….

Ya en el siglo XX recibimos con simpatía a los chilenos, tanto los que buscaban acomodo lejos de Allende, como los que huían de Pinochet; también abrimos los brazos a los colombianos refugiados por escapar de guerrillas y demás; más tarde a los venezolanos, haitianos, africanos de diversos orígenes… Muchos se portaron muy bien, pero otros, ¡pero otros! Recordemos los alquileres no pagados, las elevadísimas cuentas de teléfono, agua, luz, sin cancelar, los verdaderos atracos en los departamentos (conozco casos en que los extranjeros arramblaron hasta con los azulejos y los excusados).

(No quiero olvidarme de mis maestros y colegas de otros países, siempre respetados y muy queridos, pero también excelentes personas. Tampoco de quienes han trabajado en diferentes medios de comunicación, sin olvidar la TV, con aportes que agradecemos.)

No puedo soslayar a la colombiana que en un supermercado gritaba que nos iban a enseñar a vivir, alguien muy comedido le respondió: sí, como en su país donde ya tienen 50.000 muertos por la violencia. ¡De cuántos desplantes, ironías y burlas no he sido testigo! Podría citar cantidades de desprecios con las consabidas discusiones posteriores y el colofón: si no te gusta este país regrésate al tuyo.

Nuestra supuesta xenofobia ha sido causada por la ingratitud de algunos inmigrantes, no es algo consubstancial a nosotros. Sobre esto, y como dicen los argentinos: Andá a cantarle a Gardel.

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