Hugo Legarda

POR: Luis Fernando Revelo

Con paso firme, rindiendo tributo a la vida, víctima de una cruel enfermedad, acaba de cruzar el pórtico silente y misterioso que muchas veces nos conmociona, deplorado por sus familiares, lamentado por sus amigos, colegas de docencia y quienes tuvieron la oportunidad de ser sus discípulos. Hugo Legarda llegó a la mansión celeste, enriquecido por esencias humanas inapreciables.

Mientras le acompañaba en la velación de sus restos mortales, afloraron los recuerdos, esas reminiscencias gratísimas de nuestras primeras andanzas en las aulas del 17 de Julio, en aquellos sitios prestaditos del Teodoro Gómez de la Torre, de la Escuela Modelo Presidente Velasco Ibarra, silenciosa testigo de tantas travesuras juveniles, de penas y alegrías compartidas. Ella que callada presenció los ardientes entusiasmos de nuestra juventud en flor, nuestros encendidos discursos, cuando elegíamos el primer círculo estudiantil y Hugo era ungido por el voto mayoritario. Reviví los serenos y ya lejanos días en que el corazón, sin recelos, comunicaba sus más íntimos secretos a un alter ego, a un compañero predilecto en quien creíamos reconocer una duplicación de nuestro propio yo. ¡Oh dulce remembranza, la de los años idos, nuestra alma todavía vive de ellos, como los viejos musgos, que a la roca adheridos, mantienen de otro tiempo los vívidos destellos!

Hugo perteneció a esa primera generación que llegó al 17 de Julio y que hace 37 años hubimos de abandonar la heráldica casona, armados como caballeros de las más generosas empresas. Hoy se ha ido sin lanzar una desolada imprecación hacia el cielo. Damos vuelta al postrer arríate del camino, con el testimonio de su fecundo periplo vital y una lágrima de inquebrantable solidaridad en nuestras pupilas.