Los padres tienen derechos

Carlos Freile

A raíz de las marchas llevadas a cabo en más de 20 ciudades de nuestro país bajo el lema ‘Con mis hijos no te metas’ se han escrito no menos de 30 editoriales, columnas en diversos medios impresos y virtuales. Llama la atención que solo dos o tres de ellos han tocado el tema central de las marchas: el derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. Un detractor tocó el tema muy, pero muy de paso, como algo sobre lo cual habrá que conversar, otro se rasgó las vestiduras por el intento de imponer una autoridad patriarcal sobre los hijos, lo cual, dicho sea de paso, es una tamaña falsedad, porque cuando se habla de padres se entiende la inclusión de padre y madre, así funciona la lengua castellana. La inmensa mayoría de opinadores contrarios a las marchas cometen varias falacias, sobre todo de atinencia: ad hominem y del muñeco de paja. No analizan el derecho de los padres a educar a sus hijos, derecho que corresponde a todos y está amparado por el derecho internacional y constitucional. Atacan a la Iglesia por asuntos de responsabilidad de algunas personas, o que sucedieron hace siglos, tergiversándolos, aludiendo a ellos desde el saber vulgar, ese que no nace de los estudios académicos serios sino de la lectura de novelas o de la visualización de series televisivas.

Ha sido reiterativa la alusión a la laicidad del Estado, como si esta garantizara la imposición de ideas de algunas autoridades a toda la población. Los disimulados detractores de la defensa de los derechos de los padres, pues no se atreven a hacerlo de frente, callan el hecho innegable de que el laicismo antirreligioso (no el verdadero) se impuso en el Ecuador a sangre y fuego, que los impulsores de esa violación de los derechos básicos de las personas nunca ganaron una elección; y me remito ahora sí al saber vulgar: los reiterados fraudes electorales desde 1895 en adelante son una prueba de ello. Pregunto a quienes eluden el tema: ¿acaso los padres de familia no tienen derechos? ¿Por qué no los defienden?

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