Más allá del réquiem

POR: Germánico Solis

Con profunda tristeza la ciudad ha recibido la aciaga noticia del fallecimiento de la distinguida matrona Rosita Beatriz Reascos. Ibarreña ilustre que durante años fue figura señera que representó el pensamiento y lucha de las mujeres que batallan por alcanzar derechos, y por ver una ciudad altiva y enrumbada en el desarrollo. Ella fue una enamorada de la ciudad que entregó su vida, intelecto y amor en todo lo que logró activar.

Muchos la recordamos por su exceso de afabilidad en las calles, en las salas de exposición, en los estrados, saludando con extremo amor a quienes conocía y a quienes no. Encomendamos a la memoria retratar su rostro redondo y sus mejillas matizadas con un rosado venido de la alegría, sus cabellos cortos y ensortijados y las pintitas en sus manos que era el cuño de los años, y de la expresión de ternura y devoción humana. Su parsimonioso caminar, sus frugales vestimentas, su dulce mirar y su talante, le posicionaron en el sitial de las almas apreciadas.

Largos años permaneció incólume y puntual en el archivo del Municipio de Ibarra, fue celosa funcionaria y custodia de los documentos que registran la historia de las administraciones que ha tenido la ciudad. Allí, fue el espacio donde Doña Rosita marcó su proceder, su voluntad, su carácter en defensa de la verdad documentada del ayuntamiento, de sus presidentes y alcaldes, para con vehemencia contrariar sostenimientos errados.

Su diálogo no fue el de la leyenda o el comentario, sino, exposiciones que hacían que volvamos a la investigación y validación de los temas guardados en el archivo. Muchas veces sus ojos alanzaban una extraña luminosidad, cuando sin esperar reconocimientos recogió parte del archivo municipal en un sótano, para con sus recursos curarlos de la humedad y empastarlos.

No pierdo la esperanza que alguna organización de las tantas a las que perteneció Doña Rosita, honren su quehacer, superando los discursos, los abrazos, las condolencias, y el toque de funeral de los campanarios. Que se supere incluso, las lágrimas que ahora mismo ruedan por las mejillas de los bustos de ilustres mujeres, que Doña Rosita las colocó a lo largo de la av. Cristóbal de Troya.