Ciudad de respeto

Franklin Barriga López

Dos chicas desnudas en el centro de Sevilla, que habrían sido parte de una filmación pornográfica, fueron sancionadas e hicieron que se recuerde las prohibiciones oficiales, vigentes en esa urbe española de características inolvidables.

Como señala Mercedes Benítez, en ‘Plumilla’, allí no se puede hacer las necesidades fisiológicas o verter agua sucia en la vía pública, tampoco sacudir alfombras desde los balcones, ofrecer lugares de aparcamiento en calles y plazas a cambio de beneficios económicos, pintar grafitis en edificios públicos y privados, botar papeles o escupir en el suelo, deteriorar o destruir recipientes de basura, la que debe ser depositada de 20 a 23 horas y no ser escarbada, la trata con fines de explotación sexual o prostitución.

El objetivo es que Sevilla siga siendo la urbe de atracciones infinitas, que impacta en el visitante que quiere quedarse para siempre y en el residente ausente que ansía volver y añora su salero, carrozas y cabalgaduras, azahares y claveles, ferias y procesiones, historia añeja, reposada, recopilada en el Archivo de Indias, en la Catedral y la Giralda, en ese aire repleto del cante y baile ancestrales.

Juan Ramón Jiménez escribió los sentimientos que genera no solo en los andaluces: “Desde la azotea de Triana se ve Sevilla, larga, tendida, llana, abierta, malva toda y oro, como una mujer rubia que sueña despierta en su alma que es su cuerpo”.

Los sevillanos preservan esos cuerpo y alma con inocultable orgullo; las sevillanas son parte sustancial del paisaje, por eso se proclama con arraigada identidad: “Llevan las sevillanas en la mantilla, un letrero que dice: Viva Sevilla”. Las ciudades, especialmente para el turismo, deben cuidar su imagen, como lo hace Sevilla proclamada tres veces Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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