Y se suponía que eran más

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

Desde la llegada de Correa a suelo ecuatoriano, se ha pretendido montar un escenario de regocijo y alegría, intentando hacer creer que llegaba un mesías. Sin embargo, todo aquello que se ansiaba hacer creer, contrasta con las imágenes captadas por las personas que desde un balcón o una ventana han podido o han querido difundir, las cuales no han podido pasar por el filtro de una modificación y que exhiben una pobreza de afluencia; además, del sinsabor que refleja el expresidente en su semblante.

En tan solo una semana esa imagen trabajada y vendida de fortaleza, carisma y poder se ha derrumbado de golpe. No se puede rescatar nada favorable de sus intervenciones en público. Se trasluce a un ser amargado y confundido, bastante paranoico, que repite sin cesar algunas muletillas que por ahora es lo único que le ayudan a sostenerse. Frases como “traidor”, “vende patria”, son las que resuenan. Ahora ya no puede ordenar ni exigir ser escuchado, ya no tiene a quién hacerle su berrinche cuando algo no encaja en sus planes. Ahora no hay quién obligue a los medios a permanecer escuchando sus cansonas letanías. Ya de nada le sirve repetir que el pasado no volverá, porque él ya pertenece a ese pasado y está de sobra demostrado que nadie quiere regresar a él.

¿Qué es Correa ahora? Es tan solo un mal recuerdo. Alguien que va por allí causando más pena que coraje. Su imagen es la de un payaso sin risa, de un hombre frustrado. De aquel que un día se embriagó de poder y que ahora no sabe cómo sobrellevar su resaca. Su presencia tambaleante deja la certeza que únicamente fueron más los que estuvieron con él mientras le duró el poder. Ahora son más los descontentos, los que abrieron los ojos. Se evidencia entonces que ellos siempre fueron menos, que solamente eran carretas vacías que se hacían escuchar desde lejos.

[email protected]