Algarabía y chamiza

POR: Germánico Solis

“Junto a la hoguera que chispeando está los indios bailan (…)”. Así inicia un alegre y popular sanjuanito, que con marcada melodía detalla la ancestral práctica serrana de incluir en ciertas celebraciones, la significación que tiene para el pueblo, el fuego y la leña. Las demás estrofas son una hechura que pinta con la palabra y la música toda una recurrente costumbre, un canto que liberta el sonido del rondador, los amores, el convite, el baile y un dadivoso festejo que llegando con la luz del día termina cuando el sol se apaga.

La chamiza es una tradición que elogia la cosecha, aquel prodigio insuperable de la naturaleza de madurar los frutos que saciarán el apetito terrenal, florecimiento que llenando graneros colmará los mercados, para finalmente ser componente de sabrosos guisos que deleitan y dan vitalidad a los habitantes del mundo.

La chamiza es una usanza que anuncia alegría, pues comuneros y vecinos acarrean festivamente hasta la plaza principal, rastrojos y hojarascas que a determinada hora se encienden y forman una deslumbrante llama que abriga y divierte. Se acostumbra que la chamiza sea arrastrada por bueyes u otros animales, o en la espalda de voluntarios que diligentes cruzan senderos y chaquiñanes; antes de encenderse, ramas y leños se apilan en acrecentadas parvas.

En las primeras horas de la noche, la población deambula en torno a los ramajes, el griterío y silbidos son parte del regocijo, rondan y corretean por el escenario, niños, jóvenes y adultos. Hombres y mujeres admiran los recios pajares y las mesas que ofertan el canelazo y los hervidos, comidas, caramelos y cigarrillos.

Cuando crepita la chamarasca y las lenguas de fuego rozan el cielo, la alegría alcanza el minuto ideal, la banda de músicos entona aires que escoltan a los globos en su efímero ascenso. El festejo es armonía total, se contonean los castillos mecanizados por la pólvora, detona la volatería y arremeten las “vacas locas”. La encendaja invita a hablar del maíz y el trigo, de la aurora que sorprende a los estancieros que empinando el codo hicieron de la tertulia el temple de la amistad y de la fiesta sanjuanera.